Venezuela: masacre, sangre y talento
Américo Martín
@AmericoMartin
Diario El Nuevo Herald de Miami
Una minoría entronizada en el Palacio de gobierno, aislada en el país, en el mundo y en su propio partido, hace lo imposible para someter a la inmensa mayoría ciudadana. Impone la ley del silencio, dispara a matar, arremete contra viviendas, rompe cerraduras. 90 días de resistencia pacífica han exacerbado la represión y mortandad. Caen venezolanos de distintos estamentos y edades. Desapareció la vieja fábula de los “ricos” del este enfrentados a los “pobres” del oeste. Este, oeste, norte y sur son ahora un solo cuerpo luminosamente identificado. En los cuatro puntos cardinales la unidad nacional se consolida. Quizá por eso Maduro habló de “cinco” puntos cardinales. Si en los cuatro conocidos no se nota su presencia, quién quita que se encuentre en el quinto, el de su imaginación.
La unidad mayor va más allá de las ya extensas fronteras de la MUD. Se abre cauce a los gruesos sectores del chavismo que buscan una unidad más amplia sobre bases democráticas. A partir de ahora no parece válido hablar de oposición vs gobierno, porque aquella se proyecta e identifica con la nación, en tanto que el régimen se diluye en una facción armada pero desalmada. La unidad nacional se va estructurando alrededor de dos ejes emanados del vejamen y la humillación: Primero, el cambio democrático comenzando, por supuesto, con el despido pacífico del actual gobierno; y Segundo, la defensa de la Constitución y el rechazo a la constituyente, de cuyo sombrío designio están informados el país y el mundo. Veinte cancilleres mostraron el sentimiento humano predominante en Latinoamérica. Apenas ocho se abstuvieron. Pero estando justificadamente orgullosos y agradecidos por la decisión ampliamente mayoritaria, es preciso insistir ante los que aún vacilan que la tragedia venezolana se multiplica con cada día que pasa. A todos les recordamos el imperativo moral de una Región que se quiere unida en el progreso y la democracia.
Venezuela ganó autoridad para reclamar hoy solidaridad para con el suplicio al que se la ha sometido. En el reciente pasado cumplió en forma incondicional sus deberes con los vecinos latinoamericanos en dificultades. No se detuvo en demasiados trámites, por entender que la solidaridad no espera. Ahora es Venezuela la que no puede esperar, dado el creciente caudal de sangre derramada por el odio de los matarifes, o bajo la amenaza del fraude constituyente que se propone violentar los residuos institucionales en precaria sobrevivencia, con la mira puesta en el cierre del círculo totalitario.
Particularmente doloroso es el cruel ensañamiento represivo contra los jóvenes venezolanos que cada día ofrecen una renovada cuota de héroes. 91 asesinados a conciencia, estudiantes en su mayoría. ¡Pero basta ya de muertos! Desde todas partes debemos cortar el río de sangre y superar en paz la sórdida situación que multiplica el sacrificio, porque la cúpula no quiere contarse ni negociar en serio. ¡Ampliemos las fronteras de la unidad! Luisa Ortega Díaz es un gran ejemplo. Centenares de leales al chavismo rompen amarras y tienden a confluir en el torrente común. La progresiva transformación de América Latina –con sus más y sus menos– deja lecciones importantes: una, que el cambio se aferra, sí, a la justicia pero sin recaer en la venganza. Nadie debe temer a la Constitución salvo quienes insistan en pisotearla. Las garantías constitucionales protegen los derechos políticos, sociales, culturales, económicos, de los pueblos indígenas, los ambientales, sin olvidar los de mayorías y minorías. En fin, la libertad, la honra, la igualdad. El gobierno democrático violaría esos derechos si, impulsado por sentimientos de retaliación, se transmutara en perseguidor solo para cobrar cuentas pendientes. Habrá justicia, claro que sí, sin despojar a nadie de sus derechos.
Si algo marca la conducta del Poder es la mezcla de odio y miedo contra nuestra admirada juventud. Admirada por su disposición a “aventurar la vida por la libertad y el honor” como aconsejaba el Ingenioso Hidalgo a su fiel escudero. Y también por su coraje para vencer obstáculos y obtener grandes logros de los que el país debe sentirse justificadamente orgulloso. Son verdaderos laureles en sus estudios, según evidencian sus altas distinciones en cuanto modelo de las Naciones Unidas se realice, y en su desempeño inequívocamente democrático y vocación política y social en las escandalosas pruebas a que el régimen está sometiendo por igual a los ciudadanos de todas las corrientes del pensamiento.
Incluso, cuando las circunstancias han empujado a los jóvenes a migrar al extranjero, han ayudado a activar la solidaridad mundial con su país que ha sido fundamental en la lucha por ganar la batalla de la opinión. Para esa confrontación no basta estar del lado de la ley y la verdad, de la justicia y el progreso. Hay además que saber explicar una y mil veces lo que pasa en Venezuela. Hacerlo con inteligencia, tenacidad y brillo ¡y mire que han contribuido a transmitir la sólida convicción democrática sembrada en el corazón de Venezuela!
Gustavo Rossen, presidente del prestigioso Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), cita un reciente estudio cuyas cifras condenan la incuria oficial y ratifican la magnitud de la tragedia nacional. Afirma Rossen que de los nuevos emigrantes venezolanos ¡el 71% son jóvenes entre 25 y 36 años, 54% de los cuales tienen títulos de posgrado! La sangre joven que vierte el plomo y las bombas se reproduce en los muchachos que muy a su pesar emigran de Venezuela con la esperanza de regresar.
Masacre, sangre, talento que se pierde, libertad y honra. Son las palabras-clave de la horrenda ecuación de Venezuela, Patria de la juventud.
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