Opinión

Un solitario bien acompañado

María Cristina Menéndez Neale

Cristimenendez85@gmail.com

@CristiMenendezN

Se abren las cortinas, suenan los violines, suenan los timbales, surge una pequeña pausa, y vibra el triángulo. Las luces se prenden, iluminando el escenario, sobre el que se encuentra la orquesta tocando una melodía de Wagner.

La orquesta está compuesta por hombres y mujeres tocando violines, violonchelos, flautas, clarinetes, oboes,  trompetas, trombones, trompas, tumba, clarinetes, timbales, tambores, arpas, un xilofón, un triángulo, unos platillos y un gong. A ratos, algunos instrumentos están en pausa, esperando su turno mientras que hay otros cuyo sonido es constante.

Todos los miembros de la orquesta visten de negro y llevan su traje bien puesto, excepto Leopoldo, un hombre que está sentado en la mitad de la fila de las trompetas, con sus brazos cruzados, y sus piernas estiradas y también cruzadas.  Él lleva el corbatín y el primer botón de su camisa desabrochados, porque sentía que éstos le apretaban.

Leopoldo, es nuevo en la orquesta. Entró a  reemplazar a un trompetista, y apenas ha ensayado un mes con los demás miembros, y esta noche, era la primera presentación que tenían juntos, es decir, la primera presentación de él en una orquesta y con esta orquesta.

Otros que también tocan la trompeta esperan a ratos, pero Leopoldo, espera mucho más. Todavía no le ha tocado su turno para iniciar la melodía de su instrumento; por lo que se ha puesto muy cómodo en la silla desplegable, donde estuvo sentado y erguido, y ahora, desparramado.

Frente a él, está la partitura, la cual ignora, enfocando su mirada en una de la violinistas, quien no se inmuta ante su mirada ya que ella si está atenta a las partituras, tocando su instrumento. La mira, la analiza, recorre el perfil de su rostro, su cuello, sus hombros, sus brazos, sus manos y sus dedos, de los cuales uno tiene un anillo de matrimonio. Leopoldo, tuerce los ojos <<¡Bah! Cierto que ella es casada>>. Su mirada se desvía de la violinista, y  busca entre los miembros de la orquesta a otra de las mujeres que le atraen, con la que pueda imaginarse durante la espera de su turno.

Segundos después, la encuentra, tocando la flauta.  Ella está ubicada unas filas más adelante de él, hacia un costado. Empieza recorrer su mirada por su rostro, su cuello, sus hombros, brazos, manos y dedos, los cuales indican que está soltera. Leopoldo sonríe, y se empieza imaginar  parado detrás de ella con sus manos sobre su espalda, haciéndole un masaje mientras le huele, con su alargada nariz, el cabello.

De pronto, en la realidad, ella mira hacia él, haciendo una expresión con sus ojos, abriéndolos más de lo normal. Él, quien tiene su barbilla apoyada a un puño formado por su mano derecha, le sonríe y le guiña el ojo. Se siente fascinado con el hecho de que ella también lo haya buscado a él; pero esa fascinación le dura unos pocos segundos, cuando ella vuelve a abrirle los ojos, pero está vez lo dirige con su mirada hacia el Director de la orquesta, quien tiene su rostro rojo, sus labios escondidos, sus cejas fruncidas, viendo fijamente a Leopoldo mientras le hace señales con la batuta de que toque.

   Leopoldo, pega un brinco y se endereza en la silla, toma su trompeta, que reposaba a un costado de su silla, y empieza a tocar, dando inicio a las notas de su instrumento en la partitura.

   Después de unos largos minutos, Leopoldo, deja reposar su instrumento. Mira al Director por unos segundos y luego, a la mujer de la flauta, quien ignora la mirada de Leopoldo. <<Si tan solo el maldito Director fuera ella, no me hubiera pasado esto>> gruñe para sí mismo.

–¿Qué cosa? –pregunta, en voz baja el compañero a lado de él.

–Nada, nada –dice Leopoldo, alzando la voz, viéndolo de reojo mientras le hace una seña con la mano abierta de un lado a otro.

–Hey, no hables alto, no hables. Estate pilas, que ya mismo nos toca de nuevo. Cuidado te retrasas otra vez.

–Mmm no, creo que no, a mi me falta todavía para volver a tocar –dice, esta vez en voz bajita, mientras extiende su brazo y mueve con sus largos dedos un par de páginas del libro de las partituras.

   Leopoldo, dirige de nuevo su mirada hacia el Director, luego hacia la mujer de la flauta, luego, hacia atrás, diagonal a él, donde se encuentra con una mujer encargada de tocar el triángulo, quien le sonríe tímidamente, encogiendo sus hombros. Leopoldo, le frunce el ceño y mueve su cabeza de un lado a otro; ella, deja de sonreír y su mirada pierde brillo. <<No es mi tipo>> gruñe para sí mismo.

–¿Me estás diciendo algo? –le pregunta el compañero que está al otro lado de Leopoldo.

–Shhh –hace Leopoldo, quien sin ver a su compañero, le dirige la palma de su mano abierta y estática hacia el rostro de él–.  Aquí no estamos para conversar –agrega, esta vez, desparramado de nuevo en su silla.

   El compañero tuerce los ojos, y empieza a tocar su trompeta. Leopoldo, voltea a verlo, se endereza, y toma su trompeta y voltea las páginas de su partitura, donde nota que todavía no es su turno. La deja de nuevo reposando a su costado, se desparrama, y empieza a observar a las personas que al igual que él, están esperando su momento.

   <<Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, no, cinco… dos ya empezó a tocar>> suspira y observa fijamente al “dos”, que es un hombre tocando el violín. Pasa un tiempo y, Leopoldo, observa cómo el rostro del señor del violín se transforma en el rostro de él; se imagina a él mismo tocando el violín, hasta quedarse dormido y soñar que está tocado el violín para la mujer de la flauta, quien está frente a él, parada sobre la flauta, apoyada sobre un pie en puntillas, y el otro levantado como una bailarina de ballet pero en una lencería negra, girando suavemente su cuerpo al compás de la melodía. De pronto, la melodía que él toca con su violín, se distorsiona, y la mujer cae de la flauta, y se convierte en la mujer del triángulo.

   Leopoldo, despierta de un salto, y percibe que la melodía general de la orquesta está distorsionada y sin ritmo alguno. Mira a los demás, y nota que todos están tocando sus instrumentos a un ritmo acelerado, y sus miradas, ofuscadas y confusas, observan al Director. Leopoldo, sabe que algo está provocando esto, y que si ve al Director sabrá con certeza la causa; pero mantiene esta vez su mirada hacia el suelo por unos segundos, hasta que la alza y dirige por fin su mirada al Director, quien está muy rojo, muy fruncido, y señalándolo con la batuta con movimientos acentuados, como pinchándolo a la distancia. Y es que Leopoldo, cagó la noche de Wagner.

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