Un Guantánamo en Europa
Antonio Sánchez Solís
@Efe
«Me siento como un prisionero», dice Rachid desde detrás de la doble verja en el campo de internamiento de Roszke, en el sur de Hungría, por donde siguen entrando sin pausa refugiados de países donde la guerra hace imposible seguir viviendo.
Rachid es sirio. Junto a él, afganos, bangladesíes, paquistaníes e iraquíes. Se quejan de que no les dan suficiente comida, agua o mantas, de que no pueden ducharse, de que les falta tabaco (un paquete lanzado sobre la verja por un periodista se convierte en un preciado trofeo), de que nadie les dice cuánto estarán retenidos.
«Es Guantánamo», resume otro, mientras por detrás se oye un cántico de voces infantiles que piden comida y poder marcharse.
La cuestión es complicada, ya que Hungría no hace más que aplicar la normativa comunitaria de registro de los refugiados y que permite restringir sus movimientos mientras dura el proceso.
Con todo, incluso Amnistía Internacional denuncia que el procedimiento no se está aplicando de forma adecuada y que se incumplen cuestiones básicas como informar apropiadamente a estos refugiados, que vienen a Europa huyendo de la violencia y se ven encerrados tras una verja.
El trato recibido dista mucho de ser el que cabría esperar de un país de la Europa supuestamente comprometida con los derechos humanos.
Esta mañana, un grupo de afganos trató de abandonar por la fuerza el campo, lo que provocó choques con la Policía, que no llegó a usar pelotas de gomas ni gas lacrimógeno.
Más tarde, unos 300 refugiados recién llegados a Hungría que eran conducidos al centro trataron de escapar hacia la autopista gritando «Budapest, Budapest», y fueron perseguidos por la Policía.
Rachid y sus compañeros aseguran que no han sido maltratados físicamente por la Policía pero que les faltan al respeto y les insultan.
Ni la Dirección General de la Policía ni la oficina estatal de inmigración han respondido a las preguntas de Efe sobre las afirmaciones de los refugiados.
«Aquí no hay suerte, sólo, quizás, esperanza», responde Rachid cuando el periodista al que ha atendido tan amablemente se despide y le desea que todo le vaya bien.
Pero si Rachid y sus compañeros se quejan de que no pueden salir, Masud, otro sirio, protesta porque no puede entrar.
Llegó a Hungría hace cuatro días, los que lleva durmiendo al raso con su familia y amigos, entre ellos niños de corta edad.
No ha podido entrar en el campo de retención porque le dicen que está lleno y no sabe cómo continuar su viaje, abandonar lo antes posible Hungría y seguir hacia su objetivo, Suecia, donde tiene a un hermano.
«Más tarde, más tarde», cuenta que le responden cuando pide entrar en el centro y poder dormir, al menos, en una tienda de campaña.
«¿Cuándo? ¿En diez días, dos semanas, después de que los niños hayan muerto?», se pregunta indignado.
«En Hungría, problemas grandes. Venimos por Macedonia, Serbia. No problemas. Desde que llegamos aquí, problemas», se lamenta a Efe.
Aunque no tiene claro cuál será el siguiente paso adelante, sabe seguro que no hay vuelta atrás.
«En Siria hay muchos problemas. Lucha, lucha. Quería salir, relajarme. No más problemas, no más lucha», cuenta el motivo de haberse decidido a un éxodo en el que lleva embarcado un mes.
Mientras, el Gobierno húngaro sigue firme en su postura de mano dura contra la oleada de refugiados.
«Los húngaros son hospitalarios, pero se tomarán las acciones más duras posibles contra aquellos que tratan de entrar en Hungría de forma ilegal. La entrada ilegal en Hungría es un crimen penalizado con la cárcel», advierte el Gobierno húngaro en los textos que está distribuyendo en los países por los que pasan los refugiados.
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