Opinión

Sixto Lozada Mendoza

Silvio Devoto

sidepaderby@hotmail.com

En una banca del Boulevard, con una boina y lentes ahumados, no por hacer pinta, sino para resguardarse del abrazador sol de la mañana encontramos un viejo y apreciado amigo, otra figura de nuestra fusta, que no puede permanecer encerrado en casa y cada mañana toma la Metro vía para venir al centro de la ciudad “hasta la hora del almuerzo”.

Muy pocos conocen de él y es obligación de nuestra Revista recordar a “los viejitos” que activaron en la hípica ecuatoriana, propietarios, directivos, profesionales o simples aficionados.

El querido “chueco”, así llamado desde niño por su forma de caminar, nació el 6 de Agosto del 1925, vecino del Astillero, estuvo desde muy pequeño junto a los caballos, aprendió a quererlos, igual que Walter Carrión dos años antes, Antonio Montero, Gustavo Hidalgo y Abel Vaca, apareció a temprana edad en las oficinas del viejo Jockey Club ubicado en Córdova y V. M. Rendón, justo en frente de una casa vieja de tres pisos de madera, donde nació quién esto escribe, firmando montas.

La campaña de Sixto Lozada fue mucho más corta de lo esperado, una grave rodada en “La Carolina” de Quito conduciendo a Huidor, mermó en mucho su rendimiento posterior y cuando “me di cuenta que no podía más, dije ADIOS”, así lo manifiesta este veterano de la fusta que entre las virtudes reconocidas y admiradas por sus compañeros y el periodismo especializado era todo un maestro para manejar la huasca.

“Salí a correr en 1940, siendo un chiquilín, igual que Gustavo Hidalgo y Abel Vaca, admiraba a Antuco Montero, un jinetazo, a Walter Carrión, que lució su escuela en varios países de América, a Francisco Alencastro, dueño de un físico ideal para la profesión y a Segundo Luque, todo un maestro arriba de un puro de carreras”.

Prontamente fue contratado para correr en Cali y Bogotá y los triunfos vinieron seguido y a montones, “los jinetes ecuatorianos éramos muy considerados en Colombia, país que tenía una hípica muy inferior a la nuestra, la caballada era de escasa calidad y se nos hacía fácil ganar carreras” añade nuestro personaje de hoy, dueño de una memoria totalmente lúcida.
Sixto recuerda sus dos primeras victorias,

Bacanal Y Doblona en la misma tarde del debut, sus muchos triunfos en Colombia, principalmente en Cali, una buena campaña en “La Carolina” de la ciudad capital, donde, como señalamos antes se truncó su carrera con el gravísimo accidente en el que estuvo a punto de perder su pierna derecha.

Luego el Santa Cecilia, alguna monta por ahí, “creo alcancé a ganar una carrera” y el retiro obligado.

Tal vez le vino bien el retiro, luego trabajo algunos años en el hipódromo en el departamento de cobranzas pasando después a trabajar en Autoridad Portuaria de Guayaquil, donde se jubiló.

Del viejo Jockey Club recuerda mucho a Paramount “el mejor caballo que vi correr, en la época de Gran Gamin estuve fuera del país y lo conocí ya retirado, viejo y abandonado. Del Santa Cecilia sin duda alguna Peter Flower, gano desde 1.200 hasta 2.200 metros, a pesos iguales era imbatible” añade.

Sencillo, sin hacer alarde de su campaña, este Sixto Lozada Mendoza tiene su sitio de descanso en una banca del Boulevard 9 de Octubre, en horas de la mañana y con la visita ocasional de algún amigo recuerda a sus compañeros de profesión y a algunos de los propietarios de la época.

Gracias querido Sixto por permitirme esta nota, la escribe este amigo de más de seis décadas que te conoció cuando aparecía una pequeña hoja escrita a máquina con el Programa de Carreras del Jockey Club allá por mil novecientos cuarenta y tantos. (TOMADA DE LA REVISTA EL DERBY)

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