Sara no quiere asilo
María Cristina Menéndez Neale
Cristimenendez85@gmail.com
En una tarde de primavera, un anciano está arrodillado, sembrando gardenias en el jardín frontal de su casa. Lleva un buen rato ahí, ignorando que está siendo observado por su vecina, Sara, quien está sentada en los escalones de la puerta de su casa fumando un cigarrillo; envidiando la suerte que tiene Pedro, de poder seguir disfrutando de su jardín, a diferencia de ella, que tendrá que abandonar el suyo, así como su casa, para irse a vivir a un asilo.
-Hola Sarita, ¿Pensé que habías dejado de fumar hace varios años? Si sabes que eso te mata, ¿no? –dice Pedro, quien acaba de terminar de sembrar.
-Pedro, sí, dejé de fumar hace varios años, pero también he vivido ya varios años, así que lo mismo da. –responde Sara encogiendo los hombros.
-Ay Sarita, no digas eso. No sé hasta que edad vivirás, pero tampoco quiero que te apresures en desaparecer. –dice Pedro entre risas- Además, no podría aguantar que otra vecina se me muera, ya mucha tristeza fue perder a nuestra Pepa.
-Cállate, Pedro. Qué exagerado andas. Mira lo que me dices…eres tú el que me está matando no el cigarrillo.
-Solo mostraba preocupación nada más. –dice Pedro peinando hacia atrás un par de canas que posaban sobre su frente, manchándola con un poco de abono que tiene entre sus dedos –Bueno, y cuéntame ¿cómo así fumando de nuevo?
-Pedro, mi hija me ha echado de mi propia casa. Este barrio está empezando a tener valor de nuevo… quiere alquilársela a alguno de esos jovencitos artistas que ahora se están mudando por esta zona.
-No entiendo… ¿A dónde vas a vivir?
-Pues al asilo, ahí con esos viejos locos y tristes. Ahí donde te bañan y limpian la nalga.
-Bueno, tu todavía estás bien de la cabeza, así que no necesitarás depender de alguien para tu aseo personal.
-Pedro, veo que te gustaría vivir en un asilo…–dice Sara, lanzando su cigarrillo hacia el jardín de su vecino. Se levanta de los escalones y entra a su casa sin despedirse del anciano, quien se queda mirando el cigarrillo.
Dentro de la casa, Sara, se echa en un sillón de su sala, con los pies sobre una mesita, fumando otro cigarrillo, mientras observa una hilera de hormigas que pasean por el techo de su sala. <<¿De dónde habrán salido?>> piensa bajando los pies de la mesa e inclinándose del sillón para levantarse pero en cuestión de segundos se ríe y regresa a su posición original <<¿Y para qué preocuparme ahora?>> Sara permanece inerte, contemplando el paseo de las hormigas, pero de pronto, es interrumpida por el timbre de su casa. Sara abre un poco la cortina que está detrás del sillón para ver quién es <<Ahora qué..>> Sara se levanta, se dirige a la puerta y la abre.
-Dime, Pedro.
-Sarita, tomaste mal lo que te dije. No tenías que lanzar tu cigarrillo a mi jardín cuando sabes que no quise ofenderte.
-Pedro, tus comentarios son siempre tan atinados, ¿no? Pero entiendo que te preocupas por mí.
-Claro. Sarita. Dime, ¿a cuánto quiere alquilar tu hija la casa?
-Pedro… no se te ocurra, es un buen gesto pero no.
-Ah no, Sarita, pero yo soy chiro. Solo preguntaba por curiosidad, ya que este barrio nunca ha tenido mucho valor, pero como dices ahora las cosas están cambiando.
-Mira Pedro, tengo que empezar a empacar cosas, pues en dos días ya me voy. No sé cuánto quiere mi hija, y ni me interesa.
Pedro se despide, y Sara va a echarse de nuevo al sillón. Mira hacia el techo y nota que las hormigas ya no están; pero empieza a notar un par de grietas. Sara se levanta y se trepa sobre la mesita, para examinarlas mejor, pero la mesa tambalea, haciéndola caer de nalgas al suelo. Ella ríe. <<Uy, jojojo.Yo ya no estoy para estas cosas.>> se dice así misma, mientras se levanta y sacude sus manos que están con polvo; luego, las observa y se dice <<Ay Sara, para qué seguir desgastando tus energías en mantener limpia esta casa, y es que ni las tienes.>>
Sara recoge la mesita que había quedado virada y se sienta sobre ésta, contemplando el resto de la sala, cuyos muebles están desteñidos, y cuyo papel tapiz de flores está rasgado de una esquina <<¡Dios mío, esta casa ha ido envejeciendo junto a mí!>> se dice Sara, tapándose los ojos y moviendo la cabeza de un lado al otro.
Sara se levanta y se dirige a su habitación y empieza a sacar la ropa del armario y la coloca sobre su cama. Luego se dirige a su cómoda y saca de uno de los cajones un juego doblado de toallas y sábanas, que también pone sobre su cama, donde se sienta y observa un portarretrato del velador que muestra una foto de ella junto a su difunto esposo y su hija cuando era una niña, sentados en los escalones de la entrada de su casa <<Mejor mantener los recuerdos en los que estuve acompañada en esta casa, que recuerdos en los que estoy sola>> piensa ella. <<Sí…aparte, esta casa merece ser rejuvenecida y bien atendida y seguro que estos artistas que vivirán aquí lo harán.>>
Llegó el día en el que Sara va al asilo. Ella está terminando de guardar unos zapatos, cuando suena el timbre. Sara se dirige a la puerta, la abre y ve a Pedro sosteniendo un pequeño florero de vidrio lleno de gardenias amarillas.
-Sarita, llegó el día. Aquí te traigo unas gardenias para que te acuerdes de mí.
-Muchas gracias, Pedro, pero espero que me vayas a visitar de vez en cuando; solo así me acordaré mejor de ti, ¿no crees?
-Si, claro, pero hasta que vaya, ahí las tienes para eso, Sarita. –Sara mueve la cabeza de un lado hacia el otro mientras alza una de sus cejas. –Te cuento que averigüe lo que ahora valen nuestras casas… y es mucho. Desde que me dijiste que te ibas al asilo, he estado pensando en irme yo también.
-Pedro, ¿qué estás hablando? ¿No te irás a vivir al asilo por mí, no?
-No, no, ni que fuéramos novios, Sarita. Lo que pasa es que mi hijo está pasando por problemas económicos y por eso, capaz ponga mi casa en alquiler para poder ayudarlo con dinero. –dice Pedro mientras se sienta en uno de los escalones –No es seguro, pero cuando vaya a visitarte si quiero que me cuentes qué tal es el lugar. – dice el viejo, girando su cabeza hacia Sara, y dando unas palmaditas en el espacio que queda a su lado. Sara se sienta junto a él, sin decir nada por un momento, observando a Pedro quien contempla su jardín.
-Pedro, gracias por las flores. Ayúdame luego sacando las maletas. –dice Sara reposando su cabeza en el hombro de Pedro, y observando por última vez la calle de su barrio.
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