Opinión

Religión, iglesia y Estado

Por: Diego Almeida Guzmán

(dalmeida@almeidaguzman.com)

Quito D. M., Ecuador

Hace dos años, con ocasión del debate alrededor del “aborto” en conocimiento de la Corte Constitucional del Ecuador, desarrollamos el tema de hoy en algunos artículos de prensa. A raíz del buen fallo que emitiera, se han dado en el país discusiones sobre la religión en el desenvolvimiento del Estado. G. Cabanellas en su Diccionario cita a la Academia. Define a la religión como el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de normas morales para la conducta individual y social, y de prácticas rituales. Iglesia, en nuestra opinión, es la institución erigida por el hombre con el propósito de facilitar la llegada de la religión a la sociedad, y su influjo comunitario.

La religión ha sido determinante para la estructura sociopolítica de los últimos veinte siglos. Al margen de que seamos o no “creyentes”, lo cual es irrelevante, las objeciones académicas al cristianismo no se identifican tanto con sus “enseñanzas”. Las advertencias se dan en torno a la iglesia católica como manipuladora. De hecho, lo es al inmiscuirse en aquello que compete de manera exclusiva al Estado.

Nace en épocas remotas de la historia humana, ante la incapacidad de la naturaleza de brindar al hombre respuestas a cuestionamientos que superan los sentidos físicos. Consciente de esta oportunidad, la iglesia católica concibe un enjambre de adecuaciones teológicas y “controles” – los dos artificiosos – que apuntalan intereses no místicos pero materiales suyos propios y de élites a su rededor. También de fracciones que sin ser élite buscan reconocimiento al que no pueden acceder intelectualmente. Sustentada en supuestos testimonios divinos protege a los autoritarismo y fundamentalismo religiosos… y consiguientes sociopolíticos.

El catolicismo se respalda en enunciados y preceptos intolerantes, dogmáticos y disparatados. Sí ha transmitido ciertos valores éticos y morales válidos en la consolidación de la sociedad occidental. La contracara viene dada, sin embargo, cuando la iglesia católica, lejos de identificarse con segmentos menos protegidos de la sociedad, ha pretendido, en términos utilitarios, asegurar intereses de los más aventajados. Fue su posición hasta la promulgación de la encíclica Rerum Novarum (León XIII, 1891), que intentó recuperar los “siglos perdidos” … sin haberlo alcanzado.

La reacción a la hegemonía de la religión y la iglesia es el “laicismo”. Lo conceptúa la Enciclopedia de la Política (R. Borja) como el “régimen político que establece la independencia estatal frente a la influencia religiosa y eclesiástica”. El laicismo, penosamente, aún no logra su efectivo afianzamiento.

Por ejemplo, se sigue fundamentando la oposición a temas tan controversiales como el aborto en consideraciones religiosas, lo cual es inaceptable por simple lógica. El debate se origina al centrarlo en lo religioso, dejando de lado a la razón y a los derechos de la mujer. El problema se ahonda con la intervención de desconocedores de la materia, que se limitan a repetir discursos de la iglesia sin ponderarlos. La ignorancia es madre de muchos males.

Para la iglesia católica, hasta la promulgación de la bula Apostolicae Sedis (Pío IX, 1869), la interrupción del embarazo no entrañaba la eliminación de una vida humana. Esto en tanto hasta hace menos de dos siglos el feto tenía alma solo después de cuarenta días de la concepción, en el caso del varón; y de ochenta días, si el feto era femenino… discriminación prenatal.

El aborto no es “asunto” sometido a la infalibilidad papal… tampoco es materia de dogma de fe. La improcedencia de la oposición al aborto, bajo miramientos religiosos, es un error. Sostiene D. Böhler, ningún interlocutor discursivo puede menoscabar la libertad de otro sin poner en juego su propia credibilidad y socavar el discurso. El fondo debe abordarse en términos de “libertad comunicativa” contrapuesta a la “arbitrariedad”, siendo aquella “un bien discursivo y moral originario e irrevasable”.

Para S. de Beauvoir la pleitesía a la mujer comienza por el respeto a su organismo, y por el irrestricto derecho a “disponer de su propio cuerpo”. Negárselos es condenarla a ser víctima de la fecundidad y la procreación. En El segundo sexo afirma que la mujer no puede ser considerada un ente biológicamente atrapado en ellas. Limitar el derecho de la mujer a abortar es aceptar el errado concepto aristotélico de que “el carácter de las mujeres padece de un defecto natural”.

Mantengamos a la religión y a la iglesia alejadas del Estado… y a los religiosos en su círculo fetichista.