Opinión

Raimundo, el chanchito del anciano

María Cristina Menéndez Neale

Cristimenendez85@gmail.com

@CristiMenendezN

Heriberto es un anciano de unos setenta y siete años, fanático del fútbol, que perdió a su esposa hace poco tiempo. Días después de quedar viudo, él empezó a deambular por las calles. Dormía en su casa y tenía su cama, pero por el día le daba por salir a caminar por las calles sin rumbo alguno, como buscando algún sentido a su vida, un sentido que ni siquiera el fútbol se lo daba; pero una mañana, lo encontró, en un chanchito que se convertiría en su mejor amigo.

Esta amistad empezó una mañana, cuando Heriberto, sin rumbo alguno, pasó por una feria de comida que todos los martes hacen por su barrio. Pero ese martes fue diferente, era la primera vez que tenían algunos alimentos bien fresquitos, más bien, vivitos. Habían gallinas, pollos, terneros, y chanchos; listos para matarlos en el momento de la elección.

Heriberto, al ver a los chanchos, tuvo algunos recuerdos de su infancia; sobre todo al ver a uno de ellos. Él fue criado en una hacienda y un día decidió que uno de los chanchos de la hacienda de su padre sería su mascota, pero el cariño y cuidado que le dio a ese chanchito duró sólo una semana, ya que su padre lo mandó a matar para comerlo en casa.

Heriberto le reprochó que habiendo tantos chanchos, por qué mataría al suyo; pero su padre le respondió que nunca fue de él. Nunca le obsequió el chancho ni le fue pedido su permiso para tenerlo. Heriberto no pudo volverle a reclamar después de ese argumento, pero siempre guardó un pequeño rencor hacia su padre, quien días después de que todos comieron el chancho, él le regaló una pelota de fútbol como una especie de consuelo. La pelota tenía el logo de la Católica, un equipo chileno. Al papá se la regalaron en un viaje de intercambio que hizo a Chile cuando era joven y la tenía guardada en una bodega; pero fue por esa pelota y el pobre chancho que a Heriberto le gustaría el fútbol y se convertiría en hincha de la Católica, a pesar de que Heriberto era mexicano.

En fin… cuando Heriberto vio a los chanchos, fue uno de ellos el que le llamó la atención. Todos eran ya grandes, pero había uno que era chiquito todavía, un lechón; era de color rosado con una mancha plateada en uno de sus muslos, bien parecido a su antiguo amigo. Heriberto supo en ese momento que aquel chanchito sería su mascota; y se llamaría Raimundo, como el jugador Raimundo Infante, gran goleador de la Católica en la época de juventud del anciano.

Raimundo dormía en la cama junto a Heriberto. Los dos roncaban, pero Heriberto lo hacía más fuerte, por eso el chanchito nunca lo llegaba a despertar. Raimundo dormía con la cabeza apoyada en el cuello de Heriberto, algo que luego iría cambiando a medida que el chancho empezaba a crecer. Raimundo llegó a pesar doscientas cincuenta libras.

Heriberto empezó a salir a las calles sin rumbo alguno pero con mucho sentido; salía con su chancho para ser admirado por todos los vecinos del barrio. Todos se acercaban a acariciarlo, ignorando al resto de los perros mascotas que solían ser el centro de atención.

Pero Raimundo no era el único chancho del barrio. Había otro que llegó unos meses después, que se llamaba Scotch; éste era todavía un lechón, y su dueño era un joven pintor de unos treinta años, que se había mudado hace poco al barrio al igual que otros jóvenes artistas.

Raimundo llevaba una cadena cuando salían a pasear porque sino se iba comiendo todas las plantas que iba viendo en la entrada de las casas y en el parque. Scotch en cambio iba sin correa y se adelantaba a los pasos de las botas de su dueño.

Heriberto siempre le comentaba a Raimundo lo idiota que era ese joven; pues tenía que ponerle correa desde chiquito porque cuando creciera después no la iba a querer usar, y haría desastre y medio por las calles; veredicto que meses después se hizo realidad.

Desde que Raimundo era chico, Heriberto le enseñó a ver el fútbol. Todos los domingos se sentaban frente a la televisión a ver jugar a la Católica. En esos días especiales, Raimundo vestía una camiseta tamaño “extra grande” del equipo, que Heriberto compró en una tienda online.

El equipo de Heriberto, la Católica, perdía muy seguido; y cuando esto sucedía, Raimundo se acercaba a él a acariciarle la cara con su hocico haciendo reír a Heriberto, borrándole las lágrimas que su equipo le provocaba. Luego salían a pasear, y Heriberto se le pasaba del todo, cuando veía que la gente prefería acercarse y acariciar a Raimundo en lugar del chancho Scotch que se pasaba comiendo todo lo que veía, incluido las paredes de yeso que algunos restaurantes y casas tenían.

Ver que al otro chancho le iba mal con el resto de la gente, era como si metafóricamente le fuera mal al equipo que jugaba contra la Católica. Al menos esa sensación tenía Heriberto cuando salía con Raimundo a pasear después de que perdía su equipo.

Una tarde de domingo, tuvo una doble tristeza. Minutos antes de que comience el partido, Raimundo no se dejó poner la camiseta; hasta llegó a morderle a su amigo para que lo dejara en paz. Heriberto, comiendo mierda, tiró la camiseta a un lado y no dejó que el chancho se trepara al sofá junto a él.

El partido comenzó, y como casi siempre, el equipo perdió, y para mala sorpresa de Heriberto, Raimundo en lugar de acercarse con su hocico a oler y a acariciar el rostro de su amigo, agarró con sus dientes la camiseta y se dirigió al baño, donde la arrojó al escusado.

Heriberto, indignado, le puso la correa a Raimundo y se dirigió a la calle. La gente se le acercó a su chancho a admirarlo y tocarlo, pero ni Heriberto ni Raimundo se inmutaron esta vez. Esa tarde el acercamiento de la gente no sería su premio consuelo. Heriberto llegó al parque de su barrio y ató al chancho a una banca, se dio la media vuelta y regresó a su casa solo.

En casa, Heriberto tomó la camiseta del escusado y empezó a lavarla a mano y luego en la lavadora. Después, se sentó en el sofá frente al televisor y se puso a ver la repetición de los goles del equipo contrario; empezó a llorar. Heriberto empezó a recordar cuando le insistía a su esposa que lo acompañe a ver los partidos; a ella nunca le gustaba ver el fútbol menos ver a la Católica porque ponía de mal humor a Heriberto, pero aún así lo consolaba con un buen postre de cerezas después de los partidos.

Heriberto había encontrado a su compañero del fútbol en Raimundo, pero el chancho lo decepcionó. <<Al menos mi mujer siempre fue clara conmigo… ¿Por qué diablos ese chancho me traicionó?>> pensó el anciano.

La noche cayó, y Heriberto se metió en su cama, donde enseguida sentiría la falta de Raimundo, que siempre dormía junto a él, en el lado de su esposa. Fue ahí donde se dio cuenta que actuó mal, que no debió abandonar a su amigo.

Heriberto se puso un salto de cama y salió corriendo hacia el parque donde vio que su amigo ya no estaba junto a la banca que lo amarró. <<Mierda, soy un imbécil>>. Heriberto gritó su nombre varias veces pero fue en vano, el chancho no se asomó por ninguna parte.

Al día siguiente, Heriberto se fue a un copy center a imprimir unas hojas volantes con una imagen de él junto a su amigo, y las pegó en los postes del barrio. También repartió las hojas volantes a las personas que veía por la calle, quienes preocupados preguntaban cómo lo había perdido, pero Heriberto se hacía el desentendido; se sentía avergonzado de lo que le hizo a su amigo.

Unas horas más tarde, una chica se le acercó, tocándole el hombro a Heriberto:

–Usted es el que anda buscando al chancho, ¿no?

–Sí, ¿qué sabe usted de él? ¿Lo ha visto?

–Esta mañana vi al joven que es dueño del tal Scotch, paseándolo con correa… Y por lo general él no lleva correa y siempre está haciendo desastres. Este chancho parecía diferente; era educado.

– ¿Crees que….?

–Sólo le comento que me pareció extraño…

–Ok, gracias, jovencita.

Heriberto se dirigió al parque y se sentó en una banca a esperar dos horas, hasta que marquen las seis de la tarde, hora en la que siempre solía encontrarse al joven sacando a su chancho a dar la última vuelta del día, algo que también hacía Heriberto.

El reloj marcó las seis, y el joven apareció de lejos con un Scotch que llevaba correa y que hacía caso a todo; sí, ese chancho era su amigo Raimundo.

–Oye, tú, ¡devuélveme a mi chancho! –le gritó Heriberto al joven, quien empezó a acelerar su paso para alejarse del anciano, pero esta vez Raimundo no lo siguió; había reconocido la voz de Heriberto y se quedó quieto sobre el mismo lugar, haciendo que el joven no pudiera huir con disimulo.

Heriberto achinaba sus ojos, tratando de visualizar de lejos bien al chancho que se quedó quieto y que no siguió al joven. El anciano empezó a dudar de que capaz se equivocó, y sí era Scotch; pero el chancho no quitaba su mirada de Heriberto, quien luego se fijó en la mancha plateada en uno de los muslos del chancho; aquella mancha que le llamó la atención la primera vez que conoció a Raimundo.

El joven jalaba al chancho con fuerza, pero era inútil; el joven era muy delgado mientras que el chancho muy gordo y grande. Y esa lucha del flaco y el gordo le dio tiempo a Heriberto de acercarse al joven y a su amigo.

–Tu chancho nunca ha usado correa.

–Hoy se la puse por primera vez, y como puedes notar no se acostumbra a ella. Él hace lo que quiere.

–Eres tan idiota que pensaste que nadie notaría que tienes a Raimundo. La gente sabe que mi chancho es comportado.

–Te equivocas. Más bien la gente sabe que mi chancho está empezando a comportarse.

–Scotch no tiene esa mancha plateada. Solo Raimundo la tiene, joven idiota –dijo Heriberto mientras al joven le empezó a temblar la mano que sujetaba la correa –. ¿Qué hiciste con tu chancho?

–Está en un albergue –contestó el joven con la cabeza agachada, y su temblorosa mano cedió la correa, permitiendo a Raimundo acercarse a Heriberto, quien se agachó para acariciar a su amigo.

–Qué decepción… ¿Cómo se te ocurre abandonar a tu amigo así?

–Anciano osado… ayer te vi abandonando a tu chancho junto a la banca; al menos yo puse al mío en un lugar donde le buscarán un mejor hogar.

–Yo me arrepentí y lo fui a buscar, mientras te aprovechaste y me lo robaste. Y en ese albergue lo más probable es que maten a Scotch; nadie quiere un chancho grande. Todos compran uno pensando que se va  a quedar chiquito pero eso es mentira y por eso terminan ahí; jovencitos inocentes.

–Yo lo puse en el albergue porque no se controlaba, no porque se me hizo grande. Mira que al menos cogí al tuyo para cuidarlo. Yo siempre quise que Scotch fuera como el tuyo.

–Bueno, culpa tuya que no sea como el mío. Mi chancho es mi chancho y de nadie más –dijo Heriberto mientras dio paso a su caminar junto a Raimundo para regresar a casa.

Una semana después, la Católica jugaba; Heriberto tenía la camiseta del chancho en sus manos con al esperanza de intentar ponérsela de nuevo. Raimundo se dejó vestir pero la camiseta no le rodó por completo; quedó atrapada en el cuello. Al ver esto, Heriberto cayó en cuenta que la razón por la que su amigo rechazó la camiseta la vez pasada fue porque ya le estaba quedando apretada.

Heriberto se alegró con la novedad, y fue a su dormitorio a ver unas tijeras que tenía en su escritorio. Regresó al sofá donde estaba la televisión, el chancho y la camiseta de la Católica esperándolo; cortó la camiseta un poco, y volvió a intentar ponérsela a Raimundo. Esta vez rodó sin problema y le quedó bien.  Raimundo se trepó al sofá junto a Heriberto, y juntos vieron a la Católica ganar por primera vez desde que se conocieron esa vez en la feria; donde algún extraño podía comérselo, una situación que podía evitar la amistad entre Heriberto y Raimundo, el chancho que le devolvió el sentido a su vida.

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