Opinión

Puede ser más peligroso

 

Autor: Àngel H. Romero Dìaz. Perù.

Llevamos 46 días de aislamiento social o, dicho en otras palabras, de cuarentena obligada. Vivimos horas muy difíciles a consecuencia del Covid-19 que se ha convertido en una amenaza letal contra la salud y la integridad de las personas. Nadie había imaginado que esta experiencia nos tocaría vivir. Aquí ni en el mundo. Todo ha quedado trastocado: las relaciones interpersonales, la economía, la educación, la situación laboral. Nada ha quedado igual. Nos espera tiempos de incertidumbre. Y de vivir bajo sospecha a contraer el mal en el espacio público donde nos encontremos. El Covid-19 nos dejará, cuando recuperemos, gradualmente, la ansiada normalidad, ese halo de misteriosa incredulidad.

Los esfuerzos que hacen nuestras autoridades, muchas veces no se condicen con la realidad, ni menos con los resultados que se buscan obtener. Todos estamos comprometidos en esta lucha sin cuartel. Los ciudadanos de a pie, nos hemos visto en la obligación de acatar las medidas que se han dictado, aunque, a decir verdad, no todos los peruanos han respondido con igual responsabilidad al llamamiento de aislamiento social. Esta desobediencia de las personas, sea por ignorancia, irresponsabilidad o simple desidia, ha terminado por afectar lo poco o mucho que pudo haberse conseguido en este esfuerzo por evitar más infectados.

La realidad se nos ha presentado, de golpe, dramáticamente dura. Miles más de infectados, de los que, oficialmente, se nos había informado. O cientos de muertes más de aquellos contabilizados por las autoridades del gobierno. ¿Qué pasó? Es la pregunta inevitable. A la reacción primera de asombro, le ha seguido la de la sospecha. Luego que ocurriera este desembalse informativo, llegaron las explicaciones oficiales, justificando sus informes y rechazando las sospechas ciudadanas de que no se nos estuvo diciendo la verdad. O se nos había presentado medias verdades o, simplemente, se calló la verdad, con fines que desconocemos. En cualquier caso, el esfuerzo realizado se vio afectado por la pérdida de credibilidad.

Esta semana, la prensa nos sorprendió con este tipo de informaciones: “Hasta el 24 de abril, la cifra oficial de muertes por Covid-19 fue de 290 en Lima y 40 en el Callao, y 634 a nivel nacional. Sin embargo, el registro de Piedrangel, el crematorio que más fallecidos por Covid-19 recoge e incinera en Lima y Callao, revela que, entre el 20 de marzo y el 20 de abril, incineró 1,005 cadáveres entre confirmados y sospechosos del nuevo coronavirus, en Lima y Callao. De ellos, 818 murieron en un centro público de salud, 16 en hospitales de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas, 153 en un domicilio o en la calle, 16 en clínicas y 2 en la cárcel”, dijo el medio de prensa escrita.

Nada hay más contraproducente que preferir la mentira a la verdad. O la manipulación del mensaje a la trasparencia deseada. Nada hace más daño que una mentira disfrazada de verdad. Ésta llega tarde o temprano. Y si la estrategia recomendaba no exponerlo en un momento, pasado éste, se debió trasparentar todo, por dolorosa que sea esa verdad. Es preferible que las personas nos enfrentemos a ella, por dura que sea, a vivir en la incertidumbre y la sospecha permanentes. Si la palabra queda devaluada por las razones que fuere, habrá perdido su valor. Y la palabra que deja de tener contenido, no ayuda en momentos como los que estamos viviendo. Eso debe quedar claro.