No soy feliz en el baño
María Cristina Menéndez Neale
Cristimenendez85@gmail.com
@CristiMenendezN
Siempre he tenido fobia a la hora de ir al baño. Desde chica, cuando vi a escondidas la película Psicosis, la escena de las apuñaladas en la ducha me trastornó, y desde ahí siempre pedía a mi madre o a la niñera que se sienten fuera del baño a cuidar la puerta mientras me duchaba. Pero esto era un secreto mío, y que sólo en mi casa lo sabían.
Una noche invité a dormir a una amiga, y las dos nos bañamos juntas como siempre lo hacíamos cada vez que nos invitábamos a dormir, o por el día después de un juego de piscina. Nos duchábamos mientras cantábamos o contábamos chistes. Esa noche, Antonieta, mi niñera, se sentó sobre la tapa del escusado, algo que empezó a hacer a medida que el miedo que tenía aumentaba, y quería que la guardia de protección esté más cerca de mí.
Cuando terminamos de ducharnos y abrí la cortina, al ver a Antonieta, empecé a echarla del baño.
–¡Qué haces aquí! ¡Yo no te he llamado! ¿Acaso estás loca? ¿Cómo te vienes a meter aquí mientras me estoy bañando? – recuerdo que le recriminé mientras me tapaba mis partes íntimas, como si Antonieta nunca las hubiera visto.
–Pero si tú siempre quieres que esté aquí porque te da miedo bañarte sola.
–¡Qué! –exclamó mi amiga entre risas – ¿Te da miedo bañarte sola?
–No, ¡nada que ver! Antonieta está chiflada.
–Pero yo no estoy chiflada…. –dijo Antonieta sin entender que me sentía avergonzada de que mi amiga sepa mi fobia.
Antonieta salió del baño y desde ese episodio no quiso regresar más a hacerme la guardia. La noche siguiente y las siguientes que le suplicaba que suba a cuidar el baño, Antonieta me decía que no y que ya estaba poniéndome grandecita como para que siga necesitando cuidados de ese tipo.
Mi madre se sentaba de vez en cuando a hacerme guardia, pero cinco minutos después de que entrara a la ducha, mi madre se iba en silencio del baño. Y otras noches, por más que le insistía, mi madre también se negaba diciéndome que tengo que superar mis miedos; aparte que a la hora que me bañaba era cuando comenzaba su programa de televisión.
Antonieta era la persona en quien podía confiar para que se quede durante todo el tiempo que dure mi ducha…¿Cómo no se percató que no debía subir esa noche? Siempre la llamaba cuando quería que me acompañe, que era casi todas las noches. Sólo no lo hacía cuando mi madre aparentaba hacerlo pero se escapaba. Capaz esa noche pasó por la sala de estar y vio a mi madre viendo el programa y por eso asumió que debía subir a hacerme compañía… pero, ¿acaso no se dio cuenta que por mi amiga fue que no la llamé ni a ella ni a nadie?
Desde esa noche fui la burla de mis amigas, quienes obviamente se enteraron, y en el colegio, cada vez que pedía permiso en clase para ir al baño, ellas se reían y me preguntaban si quería que me acompañen en caso aparezca la mano con el cuchillo por el escusado. Entre las burlas y la falta de guardianía por las noches, me sentía fatal.
Intenté bañarme sola un par de veces pero no pude continuar. Algunas veces insistí en ducharme en el baño de Antonieta, pero ella no me lo permitía, me decía que su espacio es su espacio donde solo una chiflada como ella puede estar y que me deje de niñerías, que ya crezca y me bañe sola, que nadie se me iba a aparecer.
En fin… luego insistí otras veces para utilizar la ducha de mis papás; pero la hora en la que me iba a duchar, mi mamá se iba a la sala de estar a ver su programa, mientras mi papá se quedaba dormido en el sillón de su dormitorio con la televisión prendida; no me servía de nada, porque si venía el de Psicosis, mi grito se iba a perder entre los sonidos de la televisión que siempre estaba pasando escenas de detectives y crímenes.
Traté una vez de esperar hasta tarde a que mi madre termine de ver su programa para que de ahí me acompañe, pero la única respuesta que me gané fue:
–¡Son las once de la noche! Y mañana tienes clases, déjate de ridiculeces. ¡Anda a bañarte ahora!
–Pero acompáñame, por favor… Me baño rapidito, y así no me tienes que esperar tanto tiempo.
–No, no y no; ya me cansé. Te vas a bañar ahora mismo.
Recuerdo que corrí a mi baño, y prendí la ducha pero no pude hacerlo, así que la apagué y me puse la pijama; pero cuando abrí la puerta de mi baño, me encontré con mi madre de brazos cruzados retándome, diciéndome que me deje de payasadas y me bañe en ese momento. Y lo hice, pero porque ella se terminó quedando sentada sobre la tapa del escusado no para protegerme del señor del cuchillo, sino para asegurarse de que me bañe.
Como comentaba, no pude continuar con el baño…Debido a la falta de apoyo, no me quedó otra que dejar de ducharme; algo que se fue notando con el pasar de los días.
Antonieta que me había hecho la ley del hielo desde que la traté de chiflada, empezó a darme un poco más de atención por iniciativa propia. Empezó a preguntarme si acaso yo sabía lo que era un jabón. Yo más bien para que no me descubra –aunque creo que ya me había descubierto y por eso su pregunta– le apliqué la ley del hielo, aparte que así le daba su merecido por haber sido mala conmigo, aunque yo fui mala primero, pero tenía mi razón y ella como adulta tenía que darse cuenta. Y se supone que las nanas lo saben todo… cómo no lo supo ella.
Mi madre también me sintió, porque a la cuarta noche se fue a sentar sobre mi cama, donde yo ya estaba acostada con mi pijama y me dijo que si bien escuchó la ducha, duró poco, que le parecía que estaba haciendo lo mismo que traté de hacer la noche que me retó. Yo le dije que si me estaba bañando, pero capaz por el miedo lo hago tan rápido que por eso no lo haría tan bien. Pero luego ella me replicó tranquila:
–Una de tus amigas me llamó a decir que estabas apestando. Que le daba la impresión de que no te habías bañado desde la aula de gimnasia que tuvieron el día martes… eso quiere decir, ¿hace tres días? –en ese momento pensé que tampoco quería ser ahora la burla de ser sucia como el amigo de Charlie Brown.
–Ok, ahora me voy a bañar –le dije levantándome de un salto de la cama–, pero te quedas aquí sentada, no te vayas a mover. ¿Me escuchaste?
–Oye hijita, no seas alzada. ¡Y déjate de tonterías!
–¡Lo sabía! –gritó Antonieta desde la puerta de mi habitación –¡Hazle caso a tu madre!
Antonieta y mi madre tenían una cara horrenda; estaban enrojecidas, parecía que ellas mismas me iban a sacar el cuchillo; así que aceleré mi paso y me metí sin reclamar en la ducha, pero poniendo seguro en la puerta de mi baño, dejándolas afuera. El hombre de Psicosis tenía aliados.
En la ducha, pensé en mis amigas. Sabía que tenía que enfrentar mi miedo, para que cuando les niegue que no lo tengo y que nadie me acompaña a ducharme pues me crean de verdad; ya que cuando miento, mi ojo izquierdo me delata; éste guiña.
Cuando salí de la ducha, toqué la puerta desde adentro diciéndoles que les tenía una propuesta, que si seguían molestas. Me dijeron que no, así que la abrí, me senté entre ellas y les propuse que no me pueden dejar aislada de un día para el otro sola en la ducha. Necesitaba que me acompañen dentro del baño, luego en el dormitorio como esa noche, luego un poquito más lejos, y así, poco a poco alejándose hasta ya sentirme sin miedo.
Mi madre se levantó y me dijo que no podía seguir aguantando esos aspavientos y le dijo a Antonieta que si quería ella hacerlo, pues allá ella, pero que no era su obligación. Ni bien se fue mi madre, tomé a Antonieta del brazo y le pedí disculpas por lo de chiflada, dándole mi argumento de por qué se lo dije. Ella retorció los ojos, y sin decir una palabra asentó su cabeza, aprobando mi propuesta.
Pasaron algunas semanas, en las que Antonieta decidía cuándo debía irse alejando. Por supuesto nunca estuve de acuerdo en ningún momento, y cuando llegó el último día del acuerdo, impuesto por Antonieta, ella ya me estaba haciendo “guardia” desde su dormitorio con su televisión prendida.
El trato funcionó de alguna forma. No me quitó el miedo, pero logré bañarme sola…
Al menos mis amigas empezaron a burlarse menos de mí. Si tan sólo alguien me entendiera…Ruido, ruido, cuchillo, cuchillo; ruido, ruido, cuchillo, cuchillo, cuchillo, cuchillo, cuchillo, cuchillo… Todavía me asomo por la cortina cada vez que escucho algo. No soy feliz en el baño.
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