Opinión

Marta y Pepa

María Cristina Menéndez Neale

Cristimenendez85@gmail.com

@CristiMenendezN

Marta es una señora de cabello hasta encima de los hombros, de color rubio teñido y cuyas raíces canosas se dejan ver un poco. Sus ojos son azules, y es bien pálida. Marta tiene ochenta y siete años, y a pesar de que camina despacito, sale a pasear todas las tardes enganchada del brazo de Josefina, su enfermera, y en compañía de Pepa, su amiga desde la infancia.

Pepa es una señora de cabello corto y esponjado de color café teñido. Sus raíces no se notan, porque se tintura todas las semanas justamente para ocultar el mínimo rastro. Marta y la peluquera siempre le dicen que no es bueno teñirse el pelo tan seguido, porque éste se daña; pero Pepa les dice que su pelo igual ya no es el de antes; que prefiere tener el pelo feo sin canas a feo con canas. Sus ojos son cafés oscuros, y su piel también es pálida, pero como tiene tantas pecas, se ve con más color cuando está junto a Marta. Pepa también tiene una enfermera cuyo nombre es Clara y no se despega nunca de ella. Pepa es lenta al caminar, pero no tanto como su amiga Marta.

Una tarde, como tantas, Marta y Pepa deciden ir al centro comercial que está cerca de sus casas. Todas las tardes, al pie de una cafetería del shopping, hay un señor que toca el piano. A veces él está acompañado por otros instrumentos; como hoy, que lo acompaña un señor tocando el violonchelo y otro tocando una trompeta.

Marta, Pepa, Josefina y Clara se sientan en una mesita de la cafetería y empiezan a admirar a los señores que tocan la música. En voz baja, ellas cantan algunas letras, poniéndole voz a canciones como “New York, New York”, entre otras, pero a ratos se pierden, porque el señor del piano las toca en su propia versión, adelantando a veces el ritmo de la canción, o añadiéndole toques diferentes al ritmo. Clara y Josefina no se saben las letras, pero las tatarean sin parar. Las cuatro disfrutan de las melodías, y no dejan de pedir al mesero alguna otra botellita de agua u otro cafecito, para no tener que salir de la mesa y poder seguir acompañando a los músicos.

–No entiendo cómo hay gente que no se detiene a ver a estos músicos –dice Marta.

–¿No será que es porque todas las mesas están ocupadas, y como no tienen donde sentarse siguen de largo? –pregunta Josefina.

–No, no… puede ser para algunos como esos –dice Pepa señalando a una pareja de jóvenes –.Ellos no pretenden comer aquí, y así lo hicieran, igual se han detenido con la intención de verlos un momento; pero mira el resto de personas que los pasa de largo. Unos ven a la rápida a los músicos, como si alguien los hubiera llamado por su nombre y al voltearse no ven a nadie; y luego hay otros que simplemente no giran su cabeza hacia ellos, como si fueran unos sordos.

–Sí, tiene razón –responde Josefina.

–Yo más bien no entiendo a los que sí consiguieron una mesa, pero apenas terminan su café, se levantan y se van, en lugar de quedarse como nosotras más tiempo aquí. Teniendo la oportunidad de escucharlos, ¡pero no les importa! –dice Clara con un tono de queja.

–Sí, Clarita, yo tampoco lo entiendo. Capaz algunos están en apuro…–dice Marta.

–Si estuvieran en apuro, no tomaran una mesa –responde Pepa, y enseguida todas asienten la cabeza, concordando con aquellas últimas palabras.
Un par de horas después, los músicos dejan de tocar. Clara y Josefina se levantan para ayudar a Pepa y a Marta a pararse. Una vez enganchadas cada una a su enfermera, deciden ir a recorrer las vitrinas de las tiendas.

Durante el recorrido, Pepa deja de caminar haciendo detener a Clara frente a una vitrina que tiene un Play Station, DVD, televisor plasma, lavadora/secadora, celulares, entre otras cosas.

–Mira, Clara, todo esto. ¿Qué opinas?

–Que están a muy buen precio. ¡Mire las promociones!

–¿Por qué se detuvieron aquí? –pregunta Marta.

–Preguntándome sobre estas cosas, que en nuestra época no existían y tampoco nos hacían falta –dice Pepa.

–Mi nieto tiene ese de ahí, el que le llaman Play Station. Cuando se queda a dormir en mi casa lo va llevando. Un día me estuvo explicando cómo jugar pero no entendí nada. Josefina si entendió rápido y juega a veces con él –dice Marta.

–Sí, lo entendí rápido, porque mi sobrino también lo tiene, y mi hermana siempre se queja de que se pasa todo el día con ese aparato. Pero debo admitir que es bien entretenido, pero no aconsejo dejarlos todo el día en eso –comenta Josefina.

–Claro, de acuerdo. Tu sabes, Josefina, que mi hija no le permite que se pase todo el día en ello.

–¿Y qué mismo es ese station? –pregunta Pepa, acercando su mirada más a la vitrina en dirección al Play Station –Ya no saben que más inventarse. ¿Y qué me dicen de lo demás?

–Bueno, Pepa, ¿me vas a decir ahora que tú no ves televisión? Tienes una de un buen tamaño en tu sala de estar –Pepa mueve los hombros sin decir nada –.Y el DVD es genial, ahí pongo películas que mi hija me lleva para ver. Yo le pido las que quiero y ella me lleva; pues a veces en la televisión ya no las dan.

–Bueno, DVD no tengo, pero tampoco me interesa. ¿Y qué me dices de esa lavadora que también seca? Eso sí me parece interesante, pero tiene muchos botones ¡eh!

–Yo tengo una lavadora para lavar cosas pesadas; de ahí casi todo lo hago lavar a mano, y también dejo secando en el tendero. No la veo tan interesante.

–Créame que es bueno tener una. Uno deja lavando mientras hace otras cosas, y es fácil de usar –dice Clara mientras que Josefina solo asienta la cabeza.

–Creo que su hija tiene justo esta que lava y seca, señora Martita –dice Josefina mientras Marta analiza con su mirada el aparato.

–Bueno, sigamos. Lo único que puedo agregar es que en mi época la pasé bien sin todo esto –se queja Pepa.

–¿Por qué dices “en mi época”? Seguimos vivas, todo esto es parte de nuestra época. Nunca entendí por qué la gente que todavía vive dice “en mi época esto, en mi época lo otro, en mi época bla bla bla” –se queja Marta, mientras Josefina y Clara sueltan una pequeña risa, contagiando a Pepa que también se ríe.

–No seas tan literal, Marta. Casi la mayoría de nuestra vida la vivimos sin todos estos aparatos. Y “época” es un periodo determinado, no necesariamente toda nuestra vida. Y tuvimos un largo periodo determinado sin estas cosas.

–No estábamos tan viejas cuando salió la televisión… Cuando salió, ¿también te decías “en mi época”? –Pepa no dice nada, solo jala del brazo de Clara con disimulo para continuar su paso. Josefina cae en cuenta y hace caminar a Marta quien no vuelve a decir nada más del tema.

Las cuatro recorren las vitrinas de unas seis tiendas más. Una de ellas, era de productos naturales para el baño, donde Pepa se compró un shampoo para ella y compró una crema anti arrugas para Clara, a pesar de que Clara no tiene arrugas y no le interesaba la crema, pero Pepa insistió en que tenga una porque esas cremas más bien son para prevenirlas, y no quiere que termine con el número de arrugas que ella tiene.

La última parada que hacen es un lugar donde preparan té ya que ahí también venden tazas, y a Marta le gusta coleccionar tazas, pero no compró ninguna porque todas le parecieron feas. Lo único que le llamó la atención del lugar fue una chica que estaba tomando un té, y en lugar de estar sentada, estaba con los pies arriba del sillón.

–Jamás se me ocurriría sentarme así –les comenta Marta a las demás.

–Obvio que no, si apenas podemos caminar, imagínate levantar las piernas –dice Pepa entre risas, haciendo reír a las demás, menos a Marta.

–Ay, Pepa. Me refiero a modales, a comportarse como una dama.

–Sí, eso sí. Está toda desparramada en el sillón. Ojalá no se le riegue el té encima.

La chica del sillón empieza a observar a las señoras quienes sostienen su mirada fija en ella mientras sus enfermeras las están guiando fuera del lugar. La chica baja las piernas y se sienta recta, colocando la taza sobre la mesa. Es como si la mirada intimidante de Marta y Pepa le transmitió el mensaje de comportarse como una dama.

Las cuatro se dirigen hacia el ascensor. Clara y Pepa son las primeras en llegar, pero Josefina sigue unos metros más atrás con Marta. El elevador llega, Pepa y Clara permanecen fuera de éste, alternando la dirección de sus miradas hacia Marta y Josefina, y hacia las cinco personas que están entrando a éste. La última persona que entra, sostiene la puerta del ascensor para que entren, pero Pepa le hace un gesto con su mano de que vayan nomás.

–Oye, Marta, me quedé pensando… ¿Qué te parece si mañana vemos una película en tu casa, en ese DVD tuyo? ¿Tienes Casa Blanca? –pregunta Pepa a su amiga quien ya está a su lado, esperando que llegue de nuevo el elevador.

–Claro que la tengo. A mí Casa Blanca me encanta. Me parece muy buena idea, Pepa. Así hacemos algo diferente. Mañana te vienes con Clara a eso de las cuatro. Haré unos pancitos de yuca para comer mientras la vemos.

–Perfecto. Y de paso que Josefina me enseñe lo que tiene ese Station Play –Pepa dirige su mirada hacia Josefina quien solo le sonríe.

–Pepa, se dice Play Station –le corrige Marta –. ¿Así es, no? –Marta le pregunta a Josefina quien le confirma asintiendo su cabeza.

–Ah, bueno, Play Sta…

–Pero no vas a poder jugarlo, porque como te había comentado, solo lo tengo cuando mi nieto se queda a dormir –le interrumpe Marta.

–Ah ya, ya. Solo era un poco de curiosidad. Ya te dije que esas cosas no me interesan –dice Pepa mientras encoge sus hombros.

El ascensor llega de nuevo. Las cuatro entran y marcan planta baja. Ya han dado por terminado su paseo; uno de los tantos que hacen casi todos los días, donde se entretienen observando a los demás; donde analizan lo que pasa a su alrededor; paseos que las distinguen de otras señoras de su edad que prefieren guardarse en sus casas, dejando la vida pasar.

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