Opinión

Lula: fin del sueño

Diario El Tiempo de Colombia

La condena de nueve años y medio de prisión para el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, por corrupción pasiva y lavado de dinero, es el fin de una ilusión. Una ilusión no solo para Brasil, sino también para Latinoamérica y, por qué no, para el mundo, que observa con estupefacción cómo la épica historia del obrero siderúrgico que luego de múltiples intentos logró llegar al poder para sacar a más de 30 millones de sus compatriotas de la pobreza no tuvo un final feliz.

Es cierto que esta es una condena de primera instancia y que Lula no irá a la cárcel de inmediato, pues puede recurrirla, y un tribunal superior debe confirmar la pena. Pero es claro que esa especie de mito que se erigió en torno a la figura del carismático líder sindical se derrumba, si se tiene en cuenta que aún hay otros cuatro procesos que sobre él pesan y esperan sentencia del juez Sergio Moro, encargado del megacaso de corrupción de Petrobras.

Lula pasará así a la historia como el primer brasileño que ha ocupado el cargo de presidente condenado penalmente por corrupción. Existe el antecedente de Fernando Collor de Mello, culpable por lo mismo, pero en un juicio político en el Congreso que le costó su destitución. Y el de Dilma Rousseff, destituida por el Legislativo por maquillar cuentas públicas.

Pero, más allá de estos casos, está el hecho de que todos los presidentes vivos de Brasil desde el regreso de la democracia (José Sarney, Collor de Mello, Fernando Henrique Cardoso, Lula y Rousseff) han sido salpicados por señalamientos de igual naturaleza, e incluso sobre el actual presidente, Michel Temer, pesan denuncias de la Fiscalía. Datos de una historia de corrupción que no es exclusiva de Brasil y ha tenido desarrollos continentales, como en Perú, para no ir más lejos, donde todos los últimos mandatarios, desde Fujimori, están en serios líos.

Por supuesto, Lula apelará y conserva la esperanza de sostener su aspiración para las presidenciales del 2018, cita en la cual no abundan los candidatos, pues un porcentaje enorme de la clase política es sospechoso de tener las manos untadas.
Nunca, como ahora, la corrupción les había hecho tanto daño a las democracias latinoamericanas.

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