Luis Miguel, 50 años de luces, sombras y constante reinvención
El artista, caído en desgracia entre su público por sus desplantes, parece encaminar su carrera en la madurez, dispuesto a demostrar que sigue siendo ‘El Sol de México’
Era un acercamiento casi erótico. Cuando Luis Miguel salía al escenario, un escalofrío interno sacudía el cuerpo de sus espectadores, que internamente temblaban como tiembla Ciudad de México cada vez que la sacude un terremoto. Miles de cuerpos excitados esperaban el brillo del llamado Sol de México para que con su calor los hiciera sudar en esas horas de espasmo que eran sus conciertos.
El joven de la cabellera hirsuta, los movimientos de pelvis provocativos y la voz potente, el que se convertiría en el latin lover por excelencia, el hombre reconvertido en un Frank Sinatra criollo, de traje perfectamente cortado, era capaz de paralizar una ciudad entera allá donde se presentaba. Y México lo idolatraba. Así, en pasado, porque hubo una temporada en la que el ídolo parecía irremediablemente caído en desgracia ante su público tras dejarlos plantados, abandonar los espectáculos recién iniciados o agredir a un técnico en un arranque de furia. El Sol apagaba su brillo, eclipsado. Pero después de un eclipse la luz vuelve a chispear y el hombre que era el novio del país de los culebrones, cumple 50 años dispuesto a demostrarle a los mexicanos que en el escenario es él quien manda.
La que podría ser la rehabilitación de Luis Miguel después de sus horas bajas comenzó tras el lanzamiento de la serie de televisión que lleva su nombre, producida por Netflix. Millones de mexicanos estuvieron pegados a la pantalla ansiosos por saber si los rumores sobre la vida de Luismi –tan celoso con su privacidad– eran ciertos: el padre explotador, la madre esfumada sin dar rastros de vida, los amores accidentados, la hija no reconocida, los problemas con el alcohol. “En México somos muy chismosos y aunque digan que Luis Miguel no les importa, sí les importa y muchísimo, por eso el éxito de la serie”, explica Martha Figueroa, autora de la biografía Micky, un tributo diferente (Aguilar, 2010). La serie fue un drama hecho a la medida del ídolo, que dio su aprobación. Un golpe emotivo que también puso de rodillas al resto de América Latina. Un panegírico que tuvo el efecto esperado: México volvió abrirle su corazón al niño rubio al que amó desde que los puso a bailar con aquel Cuando calienta el sol / aquí en la playa / siento tu cuerpo vibrar / cerca de mí.
Antes de eso sus seguidores miraban boquiabiertos cómo el centro de sus pasiones se hundía poco a poco. El 9 de febrero de 2015 en Mérida, Yucatán, tras una hora de espera y de los abucheos del público, el organizador del concierto tuvo que dar esta penosa explicación: “El artista simple y sencillamente se metió a su cuarto, pidió botellas de alcohol y está emborrachándose”.
Lo mismo sucedió en noviembre de ese año, cuando Luis Miguel canceló los conciertos programados en el Auditorio Nacional, el recinto emblemático que lo hizo triunfar cuando era joven y donde todos los artistas de este país sueñan con brillar. Era un hombre cansado, que había aumentado de peso, como sí él mismo quisiera traicionarse. A veces cantaba solo 20 minutos y huía, sin dar explicaciones, quién sabe qué angustias lo acompañaban. Aunque tal vez él mismo haya dado una pista, cuando dijo en una entrevista que la fama “se llevó por delante mi infancia.
No sabría decir si ha merecido la pena”. Porque Luismi comenzó a cantar a los 11 años, en 1981, gracias a su voz privilegiada y por la presión de su padre, un cantante español desconocido apodado Luisito Rey (Luis Gallego Sánchez). Su carrera tuvo el empujón definitivo gracias al apoyo de uno de los personajes más turbios de la historia mexicana, el jefe de la Policía de la Ciudad de México, Arturo El Negro Durazo, acusado de contrabando, acopio de armas y abuso de autoridad. Fue él quien financió su primer álbum. Quien hizo que El Sol comenzara a brillar. Fue como una explosión que lo catapultó al Olimpo.