Opinión

En los zapatos de Édgar

Huyendo y con poca ropa en su maleta salió Édgar Toloza de su tierra. Quería salvar su vida por las permanentes amenazas que recibía de la guerrilla y los paramilitares por no querer pertenecer a uno u otro grupo. Era joven y los actores de la violencia querían reclutarlo.

“Yo soy desplazado de El Carmen de Chucurí (Santander) y en 1990 tuve que salir con dos muditas de ropa que fue lo único que pude recoger para salvar mi vida, no había otra alternativa”. Desde esa época el adolescente, que tenía apenas 16 años, tuvo que enfrentarse a la mole de cemento que representaba Bucaramanga y que le dio la oportunidad de rehacer su vida y enfrentar un futuro.

El joven Toloza arribó a la capital de Santander y empezó a trabajar como ayudante de construcción para sobrevivir. Años después en la fábrica de calzado de su hermana aprendió el arte de la zapatería y se desempeñó también como ayudante. Allí, luego de varios meses en medio de telas, cuero, hormas, pegantes, costuras y suelas adquirió los conocimientos que le permitieron independizarse.

Hoy tiene su propia fábrica llamada Luzgar, que funciona en el barrio La Cumbre en el municipio de Floridablanca. Junto con su esposa y tres empleados le ponen el alma y el corazón a la elaboración de zapatos deportivos para caballero y para niños. Édgar hace parte de un grupo de pequeños empresarios santandereanos apoyados por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y por Propaís, que buscan abrir nuevos mercados para sus productos. Todos tienen algo en común: una historia que los une como víctimas de la violencia en la región.

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