Lealtad
Claudio Campos
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@claudioncampos
Wilfredo Leiva vivía en la única calle diagonal de un barrio de clase media dónde los niños tenían el privilegio de poder jugar en los baldíos del lugar sin temores ni peligros. Willy como era conocido por sus amigos tenía la gran particularidad de ser muy puntual y responsable, detalle que no pasaba desapercibido y que hablaba muy bien de él. La escuela número 8 dónde acudía a estudiar se caracterizaba por ser muy fuerte en deportes, principalmente el fútbol en el que ostentaba grandes premios y valiosos jugadores. A los 7 años de edad Willy era el arquero suplente, su contextura robusta y con algunos kilos de más no le daban la oportunidad de al menos intentar quitarle el puesto a la figura del equipo, situación que nunca le borró la sonrisa y mucho menos los gestos de siempre disfrutar con sus compañeros.
Pasaron algunos años y todo fue igual, se disputaron torneos intercolegiales y provinciales logrando ruidosos triunfos que acrecentaban la popularidad de algunos jugadores, Willy no era de ese pelotón, pero si el más puntual y el que nunca faltó a un acontecimientos demostrando lealtad y convicción. El último año de colegio encontró a este grupo privilegiado y ganador nuevamente en una final, la más importante que les había tocado hasta el momento, el partido era de local y definía al gran campeón de la región patagónica. Ante este evento el equipo acudió como si fueran profesionales a una mini concentración dónde desayunaron, escucharon la charla técnica y salieron todos juntos al compromiso avizorando un gran desenlace.
El partido inicio con un gol tempranero que despertó el entusiasmo de todos pero se vio interrumpido cuando el arquero pidió asistencia demostrando que ya no podía seguir por sentir una fuerte descompostura estomacal. Las miradas atónitas se dirigieron automáticamente al banco de suplentes, dónde Willy era el único que podía ingresar, y así fue. Se puso los guantes, miró al cielo y con una mirada feroz incitó a sus amigos a seguir batallando durante los minutos que faltaban por jugar. El pitazo final reconoció al gran campeón, al equipo imbatible acrecentando numerosos reconocimientos incluido la valla menos vencida. Willy festejo desaforadamente con una sonrisa dibujada en su rostro y en ese instante comprendió que recibió su recompensa, porque encontró su momento de gloria pero por sobre todo disfrutó el respeto ganado en todos aquellos que reconocen aún en él la nobleza y lealtad de siempre haberse sentido parte de ellos.
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