Las sociedades ‘enfadadas’ redibujan la economía
El 25 de septiembre de 2008, días después de la quiebra de Lehman Brothers, Nicolas Sarkozy prometió nada menos que la “refundación del capitalismo” durante un discurso en Toulon. Nueve años después, un movimiento sísmico de envergadura remueve las bases del sistema económico surgido tras la II Guerra Mundial, pero en un sentido distinto del que imaginaba el expresidente francés. Primero, porque los cambios no se han promovido de arriba abajo, sino que están siendo los ciudadanos, a través de las urnas, los que están metiendo presión a los políticos; y segundo, porque las alternativas que se plantean van mucho más allá del incremento de los controles para evitar los abusos que causaron la crisis financiera, llegando incluso a cuestionar dogmas de fe del libre mercado.
Algunos definen este movimiento como populismo, otros hablan de un nuevo mundo multipolar, y hay incluso quien augura como mínimo un lustro de medidas económicas encaminadas a satisfacer las demandas de “las sociedades enfadadas”. Esta última definición es de Credit Suisse que, como el resto de bancos privados y de inversión, suele ser de los primeros en detectar las grandes tendencias socioeconómicas. Este afán de anticipación se explica porque trabajan con el material más miedoso que existe: el dinero. “El aumento de las desigualdades en los países occidentales y la frustración porque el establishment político no puede hacer frente a los cambios sociales provoca que los votantes de clase media demanden soluciones. Esto lleva al poder a Gobiernos con un fuerte mandato de reorientar las políticas hacia la economía doméstica”, describe el banco suizo en un reciente informe.
El cóctel económico basado en medidas de austeridad y unas políticas monetarias tremendamente laxas que se adoptó en muchos países para combatir la Gran Recesión ha sido especialmente dañino para amplias capas de la población. Sin embargo, los analistas consultados coinciden al señalar que el desempleo y la devaluación salarial son solo la gota que ha colmado el vaso del descontento.

Las raíces del malestar se remontan mucho más atrás y conectan con la hiperglobalización que se ha vivido desde finales de los años 90 del pasado siglo y con el boom de una serie de tecnologías disruptivas. Roberto Scholtes, director de estrategia de UBS Wealth Management en España, destaca que los trabajadores de baja cualificación profesional llevan décadas sufriendo los efectos de la deslocalización hacia los países emergentes, el estancamiento salarial ante la amenaza de la pérdida de puestos de trabajo y de la competencia directa de los inmigrantes. “Un desempleo prolongado o sin perspectivas de un futuro profesional prometedor, con menor capacidad de los gobiernos de proporcionar soporte en forma de subsidios o formación, unido a otros elementos culturales, identitarios o religiosos, crean ese caldo de cultivo para la tensión sociopolítica y la emergencia de los movimientos populistas o xenófobos”, advierte Scholtes. (EL PAIS/LA NACIÓN)