La maldad en la sociedad
Por: Diego Almeida Guzmán/ Quito
En el esfuerzo intelectual por ofrecer en esta columna temas que lleven a reflexión en una sociedad cada vez más inclinada a la superficialidad de pensamiento y actuar, abordamos hoy a la “maldad”. Lo hacemos tomando como pedestal a X. Zubiri, referente en la materia, filósofo español contemporáneo, discípulo de J. Ortega y Gasset y de M. Heidegger.
Para Zubiri, la maldad es una “realidad” envolvente de los hombres y la sociedad, que demanda ser enfocada desde una “perspectiva estricta y exclusivamente metafísica”. Ello en tanto la realidad determina en forma primaria y básica todo el saber del hombre y sus conductas. En nuestra opinión, la maldad conforma un resquebrajamiento de la ética y estética del ser humano. Estamos frente a un sendero que desdice del ente tanto en su proyección moral como en la lucidez de su desarrollo pragmático.
Las manifestaciones perversas del tonto no irradian dolencias de espíritu, pero simple estupidez. Esto es particularmente cierto en el ámbito político, en el cual los agentes limitados en intelecto, al no ser conscientes de su malignidad, son expositores de mera bobería. El círculo se cierra cuando la candidez viene acompañada de vanidad, engreimiento y vanagloria.
Las sociedades – o parcelas de éstas – que dan paso a los “malos” requieren de actores que con mensajes de lógica los desenmascaren. El proceso no es fácil. De hecho, el mal que potencial y efectivamente pueden causar los tontos está relacionado de manera directa y proporcional con el horizonte de sandez de los figurantes. Por tanto, es imprescindible emprender en un sostenido esfuerzo inteligente de generación de responsabilidad sociopolítica frente a la irresponsabilidad de los malandrines.
El filósofo, que también fue teólogo, identifica cuatro tipos de “mal”, todos ligados a la “realidad”: el maleficio, la malicia, la malignidad y la maldad. El primero es, si se quiere, de orden factual pues se relaciona con una enajenación física y sicológica. Conforma la alteración entre lo que nuestra integridad nos impone y lo que en verdad somos.
La malicia, en términos “zubirianos”, describe la “intención”. Así, al amparo de nuestra libertad, escogemos lo incorrecto en moral frente a lo digno. En tal sentido, desafiamos nuestra propia nobleza de espíritu. Constituye un proceder incoherente, propio del ente malicioso justificante de su proceder en mal entendida libertad intrínsecamente perversa.
La malignidad es el paso posterior, que se materializa en la “inducción” al mal. El villano conduce a un tercero a descender hacia su particular ignominia… lo lleva a los mismos malos hábitos y genera un nuevo maligno. Zubiri afirma que quien cede a la incitación convierte la malicia en suya propia.
Maldad es la cristalización social de la perversidad. Cuando las actuaciones siniestras y malévolas de una persona se proyectan a la sociedad, se produce un efecto generalizador, indiscriminado, de disolución de valores que rompe la armonía comunitaria con imponderables resultados.
Los conglomerados humanos que se dejan conducir por los malos, y estos al propio tiempo son torpes, corren el riesgo de caer en una involución política de impredecibles consecuencias. Las instancias históricas de los pueblos se miden por la capacidad de los sensatos en enfrentarse a quienes no ponderan las derivaciones maliciosas de sus afrentosas obras.