España, ¿terceras elecciones?
Por Martín Guevara
INFOBAE
¿Qué es este conjunto de sensibilidades bulliciosas, extrovertidas, tercas, en constante formación, erosión y crecimiento, tan disímiles y a la vez tan parecidas como sus destinos comunes?
Sólo un país europeo estuvo más tiempo que España sin gobierno tras elecciones, Bélgica; aunque, en honor a la verdad, hay que admitir que el caso de España tiene lugar en una Europa que se maneja casi en exclusiva en piloto automático, con el centro de control precisamente en Bruselas y Frankfurt.
Aun así, se está convirtiendo en un asunto delicado, debido más a la subjetividad popular, al terreno de las sensaciones que a lo estrictamente objetivo, que es más que nada la necesidad de que los grandes capitales y sus administradores sepan qué partido político se hará cargo de la gestión de sus inversiones y sus haberes, ya que, aunque la variación de la política no sería mayor a un diez por ciento, ni siquiera en el caso en que Podemos subiese al poder, como ya han demostrado allí donde gobiernan, ese diez por ciento tiene precisamente el mismo efecto publicitario y de impacto en la opinión pública que la actual subjetividad popular y las consiguientes sensaciones.
Esa es la diferencia que ha habido entre socialdemócratas y conservadores en Europa desde la restauración del continente, tras la Segunda Guerra Mundial; la gestión de ese diez por ciento que, en ocasiones, según el panorama mundial, oscilaba en aumento o en detrimento. Y así tuvimos a Helmut Kohl y a François Mitterrand, a Bettino Craxi o a Adolfo Suárez, a Andreas Papandréu y Felipe González o Mariano Rajoy, François Hollande, Nicolas Sarkozy, Tony Blair o David Cameron.
Excepto en el caso de los extremistas Margaret Thatcher, José María Aznar y Silvio Berlusconi, al resto, se muestren como socialdemócratas o conservadores, el tiempo y la distancia les concede un parecido asombroso, mientras que, vistos más de cerca, eran percibidos con mayor antagonismo de lo que hoy los vemos.
Ni una cosa ni la otra. Sí que eran distintos, y hoy no son tan opuestos. Son políticos de una misma sociedad. Los mejores de cada país del continente.
¿Queremos terceras elecciones? ¿Podemos permitírnoslas? Esas son dos interrogantes diferentes. La primera sólo se puede responder en las urnas, ya que son muchos los imponderables que rigen desde hoy a unas supuestas terceras elecciones.
La regla que se usa para sentenciar que unas terceras elecciones serían producto de la irresponsabilidad del partido que no ceda su voto a la investidura de un gobierno en minoría es la misma que condena al Partido Popular y Podemos, quienes facilitaron las segundas elecciones, haciendo perder seis meses a España según su actual punto de vista diametralmente opuestos al que tuvieron hace pocos meses, en la votación por Pedro Sánchez.
Hay tres dichos en el refranero español para esta situación: «Donde las dan la toman», «No se puede sorber y soplar al mismo tiempo» y una tercera que hoy sería políticamente execrable, así que le cambio el verbo y el predicado clásicos, pero conservo el sentido fundacional: «Aquí o comemos todos o la paella al agua».
El mundo adolece de falta de participación en las decisiones que toman los gobiernos en casi todos los países, en este sentido, podríamos sentirnos afortunados. No ha pasado nada por ir a unas segundas elecciones, no sentimos falta de gasolina, ni de enseres de primer, segundo ni de ningún orden, ya que nos gobiernan desde entidades supranacionales. Podríamos pasar a terceras elecciones y, aunque conllevase una mayor demora, podría ser lo más saludable, si así lo implorase la realidad.
Estamos al borde de la edad adulta, en este punto decidiremos qué tipo de adultos seremos, si seremos maduros y proactivos, o victimistas y abúlicos. Desde mi punto de vista, se abre una posibilidad a la que se le ha brindado ninguna atención institucional o publicitaria desde los medios.
Habida cuenta de que el electorado votó a todo el arco político presente en el muestrario proselitista, podrían estudiar la posibilidad de dejar de lado los intereses puramente personales y divisar que, por primera vez, la historia les otorga la posibilidad de compartir gobierno entre las dos fuerzas políticas principales y las dos emergentes.
Todos los partidos tienen políticos brillantes y mediocres. Pues usemos los brillantes de cada sensibilidad social para las carteras respectivas. Un Ministerio de Salud y de Educación o de Igualdad ganaría siempre siendo liderado por políticos de partidos que tengan más tradición en los asuntos sociales, en tanto que ministerios como Industria, Defensa, Agricultura suelen mostrar mejores resultados en manos de equipos de perfil más técnico que utópico, pragmáticos. Mientras que la guinda de la torta, el de Asuntos Económicos, que los gestionen todos los criterios.
Lo tenemos delante, en la nariz, espero que ellos sepan ver las buenas posibilidades para todas las partes, pero más que nada para este histórico conjunto de valores e identidades ibéricas, sin falsos alardes, ni banderitas como pulseras o pegatinas de automóviles, sino con un profundo y sosegado respeto por nuestro brillo y destino cultural, este que llamamos España sin artificios, con genuino orgullo identitario.
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