Opinión

El vestido de Amy

Jorge Alania Vera
Jorge.alania@gmail.com
Desde Lima, Perú, para La Nación de Guayaquil, Ecuador

Ya es un mito pero aquella noche del 18 de junio del 2011 en Serbia, en un concierto, era un desastre. Tambaleándose por el alcohol y las drogas, sin poder pronunciar bien las letras de sus canciones, pálida como la cera pese al maquillaje, fue abucheada por su propio público.

Quiso en un momento irse para descansar pero sus guardaespaldas –que no la cuidaban a ella sino al negocio que ella representaba- se lo impidieron. Un mes después, Amy Winehouse tomó en su casa de Londres un cóctel fatal para no regresar nunca: vodka mezclado con ketamina, éxtasis, cocaína y heroína.

La noche del concierto en Belgrado, Amy vestía “un minivestido halter que abraza la figura a medida, diseñado por su estilista, Naomi Parry, que tiene un estampado de bambú y flores sobre seda incorporado en un vestido de Spanx” según reza el catálogo de la subasta que acaba de ocurrir en Londres y que, en el caso de su prenda, alcanzó el precio récord de casi 250 mil dólares.

Todos los que estaban a su lado en esos años fulgurantes pero turbios, cobraban por hacerlo. Su peinado fue tan famoso que un célebre estilista presentó para Chanel una colección inspirada en él. Hasta su propio padre que la había abandonado regresó en esos años de contratos y de fastos.

Amy tenía un trastorno de la personalidad en grado severo: el trastorno límite o TLP. No se sabe mucho de él – advierten los especialistas- porque sus síntomas no son siempre evidentes y cuando se interactúa con una persona así, uno no sabe si es emocionalmente intensa, caótica, porque son signos de su temperamento o porque se trata de un enfermo.

Anorexia, bulimia, tendencia a autolesionarse para compensar un gran dolor psíquico, relaciones sentimentales atormentadas, ataques de cólera, configuran un cuadro clínico mental que es difícil de abordar. Edward Munch, pintor de El Grito, una de las obras más icónicas de la historia, escribió sobre sí mismo: “Enfermedad, muerte y locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y, desde entonces, me han perseguido durante toda mi vida». Amy Whinehouse podría haber escrito- o cantado- lo mismo.

En Belgrado se apagó su voz pero la brasa incandescente de su cuerpo siguió consumiéndose hasta la noche final. El trastorno que padecía Amy es un grito ahogado por el vacío existencial que se siente y que nada- o casi nada-puede llenar.

El gran poeta Mario Benedetti escribió: “Cuando éramos niños/ los viejos tenían como treinta/ un charco era un océano/ y la muerte lisa y llana/ no existía/ luego cuando muchachos/ los viejos eran gente de cuarenta/ un estanque era un océano/ y la muerte solamente/ una palabra”. La muchacha Amy Whinehouse, de 27 años, cantó por última vez esa palabra en su último concierto de Belgrado, apretada en un hermoso vestido que se acaba de subastar en Londres por un precio récord.