Opinión

El restablecimiento de las relaciones de Colombia con Venezuela es un piso de cristal

El nuevo embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, llegó a Caracas el pasado 28 de agosto. Le debe haber quedado claro que un viaje aéreo en una línea comercial, que usualmente tardaba una hora y media entre Caracas y Bogotá, puede extenderse por horas debido a que no hay una conexión directa. Justamente, la reapertura de vuelos entre ambos países, al igual que el de la frontera terrestre (ambos a iniciar hoy), han sido de las primeras acciones a ejecutar como parte del restablecimiento de relaciones entre Miraflores y la Casa de Nariño. En esta nueva etapa, sin embargo, ninguna tarea es fácil.

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Bastaron tres semanas luego de su arribo para que, de declarar con entusiasmo los planes para reactivar las elecciones comerciales entre ambos países —que comparten una frontera terrestre de más de 2,219 kilómetros— y suponer que se podría alcanzar un intercambio de hasta 10,000 millones de dólares, algo nunca visto ni en las mejores épocas de la relación, pasara a admitir que el asunto ha sido torturoso.

“Es empezar desde cero. No hay aerolíneas, no hay permisos, no hay cómo pasar la frontera. Las tractomulas ya no están en la frontera. Es realmente titánico volver a restablecer las relaciones. No creí que fuera a encontrar todo en cero. Es que todo está en cero” dijo el embajador en un encuentro de la Cámara de Comercio de Barranquilla, de donde es oriundo.

Tal como lo anunció en su campaña, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, decidió restituir las relaciones entre ambos países, las cuales fueron rotas en 2019 cuando el exmandatario de aquel país, Iván Duque, reconociera a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Antes de la pandemia por COVID-19, Bogotá era prácticamente el centro de conexión de quienes querían entrar o salir de Venezuela por vía aérea. Esto se había deteriorado en medida de que distintas aerolíneas internacionales cesaron, desde 2017, sus vuelos al país sudamericano.

Dentro del primer mes desde la elección de Petro, sin embargo, hubo avances. Antes de que jurara como presidente, el mandatario colombiano solicitó a Nicolás Maduro que Venezuela funja de garante en diálogo con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Además, la empresa binacional de fertilizantes Monómeros ha vuelto a ser controlada por la administración de Maduro, luego de tres años bajo una polémica dirección a cargo de directivos nombrados por Guaidó.

Colombia puede jugar un papel importante en la redemocratización de Venezuela. Pero las primeras acciones que se han visto, al parecer, solo velan por los intereses del país de Petro y no parecen tomar en cuenta las necesidades de la sociedad venezolana.

Benedetti también ha declarado que la decisión sobre Monómeros generó “alguna complicación con Estados Unidos”, lo cual hace recordar que Colombia se mueve en un piso de cristal, ya que su principal socio no reconoce a Nicolás Maduro.

Entre las grandes dificultades con las que debe lidiar Petro es que en Venezuela hay un gobierno autoritario que tiene un patrón de violación de derechos humanos y una investigación abierta en la Corte Penal Internacional por presunta comisión de delitos de lesa humanidad, como ratifica el reciente informe de la Misión Independiente de Determinación de Hechos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Este informe se hizo público el 20 de septiembre, el mismo día en que Petro ofrecía un discurso disruptivo en la apertura del período de sesiones de la ONU. “Vengo de un país de belleza ensangrentada”, dijo el mandatario colombiano, aludiendo al terrible conflicto armado que durante 50 años desplazó a millones de colombianos, muchos de ellos a Venezuela.

Hoy las cosas están al revés. Colombia ha recibido a la mayor cantidad de venezolanos fuera del país, casi 2.5 millones de personas, de los más de seis millones de migrantes y refugiados venezolanos que están por el mundo.

Hay quienes siguen subestimando a Maduro y su afán de permanencia en el poder. Tal vez la lógica de Petro sea que, si lo reconoce, es posible que el gobierno de Maduro se encamine hacia una democratización. Eso sería lo ideal. Lo que suele ocurrir con el chavismo-madurismo, sin embargo, es que tiene amplia capacidad de maniobrar, tanto en sus diatribas internas como en sus enfrentamientos contra quienes se le oponen, y saben aprovechar cualquier resquicio para sumar apoyos. Por lo tanto, lo que necesita Maduro, de manera urgente, es un encuentro con Petro, lo que significaría un gran paso en la búsqueda del mandatario venezolano por ampliar su base de legitimación internacional.

En la medida en que Colombia y Venezuela se vuelvan más cercanos, el gobierno de Maduro puede creer que está más cerca de Estados Unidos. Es parte de lo que ha buscado Maduro todo esté tiempo.

¿Puede un mandatario como Petro, que llama a la paz, que es de izquierda no autoritaria, que sabe que los derechos humanos no tienen color político y que además reconoce el rol de Estados Unidos como aliado, avanzar en una línea de reconocimiento a Maduro sin pedir nada a cambio, que no sea económico? Podría, realmente. Pero si solo se queda en el aspecto comercial de la relación, la región habrá perdido una oportunidad de cooperar para que en Venezuela se retome el camino democrático.

 

 

 

The Washington Post