El italiano
María Cristina Menéndez Neale
@CristiMenendezN
Me he peleado con mi novio, llevamos ignorándonos por un par de días; pero hoy es sábado y ha sido más difícil evitarnos ya que los dos estamos en casa. Emilio ahora está en el dormitorio, y yo en la sala ojeando un libro de casas, de unas casas que a él y a mí nos gustaría tener un día cuando nos casemos. A ratos él ha pasado por la sala, donde lo veo de reojo, para ir a la cocina a tomar agua y picar alguna cosa, creo que son las papas fritas, pues el ruido pareciera ser de la funda de papas y es que siempre las come. Me pregunto si él también me verá de reojo cuando pasa, si habrá notado que estoy viendo el libro de las casas.
Ya son las tres de la tarde, no he almorzado, y no hay nada en la cocina… asumo que por eso él va todo el tiempo, para comer un poco de papas y creo que también los cereales. No quiero verle la cara, mejor voy para el restaurante de al lado, el italiano.
Me siento en una mesa para cuatro personas. Todas las mesas aquí son para cuatro, para seis, y para ocho. Me pido el dúo, que es una ensalada mixta y una lasaña a la boloñesa, las dos cosas a doce dólares. De tomar me pido un jugo de naranja, mi jugo favorito, pero la mesera me dice que no tiene hoy, por lo que cambio por primera vez a un jugo de uva.
A ratos el hambre se me va, pues estoy con ganas de llorar y trato de contenerme para no hacerlo en público. Estoy sentada en una mesa al pie de la escalera, comiendo la ensalada que tiene lechuga, repollo, zanahoria, y ¿un trozo de carne molida? Siento un poco de asco y evito ver la carne…. seguro la mesera recogió algún plato de lasaña a la boloñesa de una persona satisfecha, y algún trozo sobrante se pegó en sus dedos y al tomar la ensalada ahí cayó.
Trato de hacer contacto visual con la mesera que me atendió, pero ella no me ve. Trato de hacer una seña con mi mano a otra de las meseras, que está apoyada a una pared y que parece ver a mi dirección, pero no, no me está viendo, y su subconsciente no se inmuta con mi gesto. Está sumergida en sus pensamientos. Finalmente la mesera de mi mesa ve mi desespero y se me acerca.
– ¿Se puede sentar él aquí? –me dice la mesera, señalando a un joven de lentes que está detrás de ella. Mierda… no estoy para compartir la mesa con nadie. Jamás me había tocado compartir la mesa con nadie en este restaurante, y justo hoy que necesito espacio para batallar mientras como, para batallar mis lágrimas y pensamientos, tiene que aparecer un extraño y sentarse en mi mesa.
– ¿Qué cosa? –me hago la idiota. –Hay un pedazo de carne en mi ensalada –le digo.
–Es que el resto de las mesas están ocupadas, entonces él se va a sentar aquí también –me dice con tono autoritario. –Y ya le traigo otra –me dice ella mientras el joven se sienta diagonal a mí, y mientras ella se acerca a mi lado a retirar mi plato.
Este restaurante está hecho para compartir las mesas, pero no sé entonces por qué diablos me preguntó si él podía sentarse… supongo que por cortesía pero, ¿qué pasaba si decía que no? Saco mi celular, para así evitar que me haga conversación; en caso sea de esas personas que les gusta conversar por conversar con extraños en momentos personales, como lo es para mí comer. Empiezo a ver las redes sociales, solución rápida a momentos incómodos; pero no estoy realmente viendo las fotos, ni los mensajes en éstas. Todo es tan banal, y mi mente está enfrascada en la estúpida discusión que tuvimos, que empezó con algo tan minúsculo y se transformó en algo tan grande e hiriente.
Dejo mi celular, y empiezo a observar las otras mesas. Todas las mesas están llenas de personas amigas entre sí, o familias; solo hay otra mesa como la mía que es compartida por extraños. En esa mesa hay dos amigas conversando y una tercera chica que al igual que yo, vino a comer sola, y está con su celular, tratando de disimular la incomodidad de estar sentada junto aquellas chicas que solo ríen. A ratos lo deja y trata de ver hacia fuera, la calle, pero aquellas chicas le tapan la vista, por lo que forzadamente gira su cabeza para observar el resto de mesas; cruzo miradas con ella, pero ella baja rápidamente su cabeza al ver que la miro también.
Veo en otra mesa algo que no entiendo, y son cuatro amigas, cada una en silencio jugando con su celular. Ninguna se mira. Solo interactuaron una vez, y fue cuando llegué, que vi que se estaban tomando una foto, bueno, varias fotos; pero desde ahí, cada una en su mundo. Esto me recuerda cuando una vez fui con Emilio a un restaurante de carnes y los dos nos reíamos pero al mismo tiempo nos sentíamos chocados al ver una mesa donde una madre estaba viendo su celular mientras comía, y sus dos hijos, cada uno con un Ipad. Los dos niños habrán tenido unos tres y cuatro años. Los dos comentábamos de cómo se ha perdido el valor de comer en familia y amigos, cómo se han perdido los modales básicos en la mesa. Recuerdo que Emilio me comentó: “Faltaría que los niños tengan gorra puesta”. Y minutos después vimos que se sienta en esa mesa un señor, que sería el padre, y llevaba puesta una gorra. Nos empezamos a reír con esa escena.
La mesera trae una nueva ensalada junto a la lasaña. Empiezo a comerme rápido la ensalada para que no se me enfríe el segundo plato. Siento que el joven me está observando, y es que seguro es porque me estoy atragantando la lechuga. Muevo el plato de la ensalada a un costado, y coloco el de la lasaña frente a mí. Empiezo a comerla pero despacio, pues el primer bocado me ha quemado el paladar. Está tan caliente que me salen lágrimas, pero me están saliendo de más… y es que me siento tan vulnerable.
Quiero comer la torta de limón que preparan aquí, pero no quiero seguir en compañía de este extraño que solo me observa. Voy a pedir para llevarla y comerla en la casa. Llevaré dos, capaz Emilio pueda querer una cuando la vea en sus visitas hacia la cocina.
Llego a la casa, esperando enfrentar el momento incómodo de evitar vernos. Voy al baño, mi vejiga no da más. El baño está tal cual lo dejé. Su toalla está bien seca. No se ha bañado todavía, y ya son las cuatro y media de la tarde. Voy al dormitorio, estoy en el marco de la puerta, lo veo acostado de lado, dándome la espalda. La televisión está encendida, en un canal que está mostrando esos típicos y eternos infomerciales, algo que ninguno de los dos vemos. Seguro el programa que veía se terminó, y se quedó dormido mientras lo veía.
Decido ver de qué se trata este de aquí; veo que es sobre una sábana que hace que las flatulencias desaparezcan, evitando molestar a la pareja que duerme. Se llama “Better Marriage Blanket”. “El problema en la cama de matrimonio del que nadie quiere hablar”, eso dice la voz que promociona el producto. Y es que ya no saben qué más inventarse. Estallo de la risa, me alejo y me voy a reír a la sala. Cómo me hubiera gustado que esté despierto y lo vea también. Seguro le hubiera parecido muy chistoso. Nos reiríamos al mismo tiempo, y así cortábamos el hielo; pero no, no pasó. Bueno, voy a comer el postre, aprovecho que Emilio duerme y así lo como tranquila.
Voy a la cocina, y guardo en la refrigeradora la torta que compré para él. Me siento en la mesita y me como la mía. Qué deliciosa que es. Esto es lo único que me ha subido el ánimo en estos días, después de lo que acabo de ver en la televisión. Nuestra pelea fue por algo que no tiene sentido. Pero el orgullo de ambos ha hecho que le demos largas a una reconciliación. Al menos yo estoy esperando que sea él el que se disculpe; capaz él esté esperando que sea yo la que lo haga. A él le tocaba escoger la película, pero yo había tenido un día bien pesado en el trabajo, y no estaba de ánimo para ver una de miedo que él había escogido. Así que le pedí ser yo la que escoja. Pero era su noche y no quería cederme el turno. Yo le discutí porque otras veces yo si le había cedido el turno. En fin, la situación fue bien idiota, y los dos estábamos cansados, por ende, irritados y ninguno quería ceder. El problema se hizo mayor cuando al ver que ninguno cedía, empezamos a atacarnos con palabras. “Nunca puedo compartir nada contigo” y desde aquella frase que él me dijo, salieron los ejemplos de las cosas que nunca podemos compartir. Entonces yo empiezo a sacar otros ejemplos en los que señalo las cosas que yo tampoco puedo compartir con él. Y así, poco a poco fue creciendo y creciendo la discusión, hasta quedar en un “para qué seguimos juntos” algo que me arrepiento haberle dicho. Y así, los dos optamos por terminar, aunque en el fondo ninguno de los dos quiere. Creamos un ambiente que no tenía por qué aparecer. Capaz él si sienta que debamos dar fin a lo nuestro. Espero que no.
Me está empezando a pesar la cabeza, me pesa todo el cuerpo. Y es que estoy mal dormida. Regreso al dormitorio, y me acuesto a su lado. Observo su rostro, el cual luce tan pacífico. Me pregunto cómo puede dormirse tan tranquilo. Yo he dormido mal estas dos noches, desde que peleamos; bueno ayer no dormí nada. Él si durmió estas dos noches, aunque ayer a ratos si lo sentía que se movía, y se rascaba la frente, y que se daba la vuelta de un lado a otro. La verdad es que su sueño por la noche fue ligero y algo interrumpido.
Cómo quiero besarlo, y cómo quisiera abrazarlo en este momento. Capaz, debería quedarme dormida ahora, aquí a su lado, y cuando despierte, verá en mi rostro pacífico lo que yo veo en el suyo. Me verá con amor, y querrá olvidar al igual que yo, aquellas palabras que nos dijimos sin quererlas decir en serio. Quiero apagar el televisor y así dormirme más rápido, pero si lo hago, él se despierta. Él suele arrullarse con el ruido; aunque no creo necesario apagarlo, ese ruido no me molesta, no ahora, estoy muy cansada. Solo espero despertar con sus ojos observándome, así como lo hace todas las mañanas.
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