El hijo de Pablo Escobar revela en un libro el alma criminal de su padre
Este libro, publicado por Planeta, es un documento histórico fruto de «una gran investigación familiar y judicial», aseveró el autor.
BOGOTÁ. El hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar describe sin tapujos el espíritu sanguinario de su padre, quien atemorizó al mismo exdictador panameño Manuel Antonio Noriega y vivió rodeado de excentricidades, sicarios, animales salvajes y fiestas con piñatas repletas de dinero.
Juan Sebastián Marroquín, el nombre ficticio que adoptó Juan Pablo Escobar para sobrevivir durante 20 años, hizo estas revelaciones con motivo de la publicación en Colombia de su libro «Pablo Escobar: Mi Padre», en el que cuenta que, en contra de la versión oficial, el capo no murió a manos de la policía.
Escobar se pegó un tiro el 2 de diciembre de 1993 cuando se vio herido y acorralado en los tejados de una vivienda de Medellín, donde creó un gigantesco cartel de la droga, amasó una gran fortuna que manejaba en efectivo, sin cheques ni rastros financieros, y dirigió una impresionante red criminal.
Juan Pablo, que no busca justificar a su padre sino «entender lo que motivó una violencia que terminó destruyendo un país», vive en Argentina junto a su esposa, su hijo de dos años, su madre y su hermana.
Este hombre, ahora con 37 años, apenas tenía siete años cuando -confesó- terminó su infancia feliz. Era el año 1984 y su progenitor ordenaba el asesinato del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Ahí comenzó la persecución y el temor.
Habló de las contradicciones cuando describió cómo Escobar negoció con la guerrilla del M-19, «a la que admiraba» por proezas como robar la espada del libertador Simón Bolívar, y al tiempo tener en su nómina a criminales como Fidel y Carlos Castaño, fundadores de las ultraderechistas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Pero si a Escobar algo le entusiasmaba era jactarse de crear redes del narcotráfico, para ello se valió de militares cubanos, del Gobierno sandinista e incluso del dictador panameño, quien llegó a acoger en su residencia a la familia Escobar.
«Al general Noriega le entregó cinco millones de dólares para que le permitiera operar en Panamá, montar laboratorios y operaciones de lavado de dinero, no había recibos, eran relaciones de poder, de palabra, él hacía valer esos acuerdos por la vía de la fuerza», manifestó.
Pero «cuando se entera de que Noriega le va a traicionar lo amenaza de muerte».
Entonces llegó con su familia a Nicaragua, gracias «a los contactos del M-19» y donde «vio la posibilidad de trasladar su base de operaciones», relató.
Sobre esa guerrilla, que se desmovilizó en 1990, indicó que le entregó un millón de dólares para financiar la fatídica toma del Palacio de Justicia, en 1985, así como armas y apoyo logístico.
También dijo que introducía droga a Miami (EE.UU.) «sin ningún tipo de ocultamiento» porque «había una serie de agentes de la DEA (oficina antidrogas de EEUU) corruptos que lo permitían».
«Mi padre era el jefe del cartel de Medellín, yo nací y crecí en ese contexto, sus amigos eran los peores bandidos y criminales que ha conocido la historia de este país», recordó Juan Pablo sobre su infancia.
Y prosiguió: «La mayoría de los padres de familia en el colegio no permitían que sus hijos se acercaran a mí. En el recreo me la pasaba solo con los guardias de mi padre. Yo jugaba al fútbol con estas personas que eran sicarios, rodeado de armas».
Un mundo en el que sobraba la extravagancia: «en las piñatas en vez de juguetes se metían fajos de billetes, allí intervenían niños, madres, padres, todos querían meter la mano. El zoológico (cebras, jirafas, hipopótamos), las motos que llegué a acumular (con apenas nueve años), las mansiones suntuosas. Lo que vale la pena de todo eso destacar es que no quedó nada, todo fue destruido», agregó.
Esa es la lección de Juan Pablo Escobar, nombre con el que firma el libro tras recuperar su identidad, aunque al solicitarle un autógrafo escribe: «Sebastián Marroquín».(Efe/La Nación)