Opinión

El espectáculo norteamericano

Abel Veiga Copo

Diario El Tiempo de Colombia

A cuatro semanas de la elección presidencial, ni Clinton ni Trump despiertan entusiasmos. Son dos malos candidatos, y todos lo saben. La recta final del entreacto electoral estadounidense enfila sus últimos metros. Los fallos y las mentiras, medias verdades también, son explotados por el adversario como un perro que se lanza a la yugular. Ambos tienen mucho de que lamentarse. Cinismo, demagogia y mediocridad adornan también sus carreras, más en uno que en la otra, pero beben de pozos parecidos. Ambos encarnan demasiadas cosas a la vez, demasiados vínculos con lo tradicional, pese al discurso vehemente y sórdido del magnate neoyorquino.

Trump ha remado y sigue remando contra viento y marea, es el síntoma perfecto del desencanto y de la frustración que sienten muchos norteamericanos conservadores, y la amplitud y límites de este último concepto es amplio en este país frente a su partido y la situación social y política. No le importa ni lo que dice ni lo que hace. La falta de veracidad tampoco importa al electorado, aunque sí al femenino, que está resentido de ese último video aireado por prensa y demócratas.

Trump no ilusiona, él lo sabe; al contrario, es expresión de rechazo en doble sentido. De un lado, del rechazo que muchos sienten hacia la política y los cánones tradicionales y oligarcas familiares de unos apellidos y puestos cuasi hereditarios en la política, y es el nexo disruptor que rompe y rasga, que provoca, que es irreverente, que es una voz díscola al menos ante los micrófonos. Pero al mismo tiempo genera rechazo en sí mismo, en su propio partido y en otros votantes que no le han aupado hacia la nominación. Es la catarsis para una formación que languidece y que lleva ocho años fuera de la Casa Blanca.

Clinton tampoco entusiasma ni ilusiona, pero tiene la victoria cerca gracias sobre todo a los tropiezos y bravuconadas de su adversario, que en las últimas semanas se había acercado casi hasta el empate, debido a la mala gestión de su campaña al ocultar datos y enfermedades. Tapar los escándalos de su marido y expresidente tampoco la está ayudando, pero el sueño americano es tan profundo como leve es la crítica y el simplismo mental en cuanto a ideas y eslóganes de los norteamericanos, algo que jamás cuajaría en Europa.

Clinton lleva persiguiendo este sueño casi dos décadas, pero no es la candidata perfecta. No conecta como lo han hecho otros, genera cierto rechazo; por ello, casi incomprensiblemente un candidato poco conocido como Bernie Sanders ha sabido empatizar con millones de norteamericanos, más de diez, que le han preferido antes que a ella, sobre todo los más jóvenes.

Después de la ola de entusiasmo que generó aquel 20 de enero del 2009 Barack Obama, las ilusiones que despertó y el sueño de cambio, hoy menguado y bastante frustrado, las próximas elecciones de noviembre serán sin duda muy distintas a las del 2008. Nadie sueña con nada. Nadie sabe qué sucederá, porque todo es impredecible.

¿Qué queda de aquel sueño que realimentó Obama hace ocho años? Poco o nada. El realismo político no permite andanzas ni aventuras. ¿Qué queda de todo aquello, de aquel vendaval impulsivo y atronador, de aquella brisa rasgadora y rompedora de odres viejos políticos? Hemos visto a un segundo Obama distinto, más pragmático al que trató de buscar un puntal que le abriera en política exterior la puerta de la historia, como ha sido Cuba e Irán. El Obama del 2008 no es el Obama de hoy, un Obama presidente que también ha desilusionado por la inmensidad de expectativas que generó. La realidad era la prosa; el sueño y la ilusión, el verso. Además, ha tenido que gobernar con el mito de la superación posracial.

Cómo y con qué lo harán Clinton o Trump es el nuevo interrogante, al que sin duda no contestará la superación de la igualdad de género. Tal y como rezó en su día la portada del prestigioso ‘The Economist’, era su momento (It’s time), el momento de Obama. Pero ¿es el momento de Clinton o de Trump?

El listón en cada elección presidencial sigue muy alto, pero el ciudadano sabe que el tiempo se agota y las posibilidades son más efímeras. No por ello cada debate o remedo de debate es noticia y seguida por millones de norteamericanos con devoción y estupor. Es el precio de la política y de la realidad pragmática, la que inunda y atraviesa la política norteamericana. El ímpetu y la audacia lo pueden todo, también el fracaso y la decepción. Partes iguales. Tras la etapa Obama, nada volverá a ser igual. Son los paréntesis políticos de quienes se sienten predestinados al poder.

Hoy, ocho años después, todo vuelve en su elipsis a donde siempre ha estado. Con diferencia para los republicanos con el paréntesis Trump. El viejo partido de Lincoln ha convulsionado. Se ignora el futuro del mismo. Se ha abierto en dos o quizás en más. Todo está abierto, también el resultado a expensas de un último debate y un mes de alto voltaje.

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