El cuento interminable
Jorge Alania Vera
Jorge.alania@gmail.com
Desde Lima, Perú, para LA NACIÓN, de Guayaquil, Ecuador.
Para que escapara de la ira del Faraón, al niño Moisés de la tribu de Leví lo dejan en un canasto de papiro en las aguas del Nilo. Al rey Sargón de Agade, que nació de humilde mujer, lo echan en una cesta de juncos en el Eufrates. Changadnipta, fundador de la dinastía hindú maurya, es abandonado en una vasija de barro en las puertas de un establo. Carlomagno tiene que huir de las mismas tierras en la que después reinará cien años. El Papa Gregorio, el Grande, es recogido por unos pescadores después de que su madre, arrepentida de traerlo al mundo, lo deja flotando en el mar en una pequeña caja de madera.
En el principio del principio, una mujer cósmica fue desposada por el viento. María, en la hora de los Evangelios, concibe un hijo al que deberá poner por nombre Jesús. En el primitivo pueblo andino de Guacheta, hacia 1627, la hija del cacique es tocada por un rato de sol y queda embarazada. Pavarati, hija del Himalaya, da a luz al dios de la guerra en la vasta soledad de las montañas. El Buda desciende del alto cielo al vientre de su madre…
Entre la realidad y el mito hay una zona común. Fuimos expulsados de un Paraíso pero levantamos otro en nuestro profundo interior. Casi todos los cuentos son iguales y son ciertos: variaciones más o menos dichosas de algunas historias que están en el principio del mundo pero que cada noche se narran como si fuera la primera vez. Todo hombre las ha escuchado (y repetido) en una lengua que es a un tiempo suya y universal, porque la palabra que salió de una boca pertenece a todo, a todos. Vírgenes y héroes que mudan de rostro y que cambian de nombre, pero cuyos rasgos se pueden reconocer, iguales y resplandecientes, en el fondo de un sueño.