Difícil de Tragar
Gonzalo Escobar Villavicencio
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Leonardo Escobar Bravo
leonardoescobarb@hotmail.com
En la 140 de la 1ra avenida y St. Mark´s Place, Nueva York, unas enormes y rojas luces de neón, que dan el facsímil de uno de esos viejos antros de la buena mala vida, leen: The Hard Swallow. Frente a la entrada del bar una pizarra en la que está escrita la oferta de cerveza y licor barato, y al acercarte te topas con el sonido de la música, las risas y botellas, y el brillo de luces débiles que te cautivan a explorar la guarida que parece retroceder el tiempo a los 70s y 80s.
Al frente del establecimiento se extiende una larga barra, atendida por rockeras tentadoras y amigables, y al mando está Big Lee Lloyd, un moreno grande, tatuado de brazos a cabeza, luciendo barba, sombrero y anillos, ruidoso y buena gente. Sin importar que sea entre semana, la atmosfera es difícil de escapar. Sobre todo por la mecenas que protagonizaba en este escenario.
Su nombre es Marie-Antoinette Dominique Reardon, y estaba celebrando sus últimos días de vida. Una mujer ya en sus sesenta años, se conserva muy bien físicamente. De cabello corto y gris, tez blanca y busto generoso; estaba en su ambiente, y su risa y ánimo eran de alto volumen y sin penas ni prejuicios –pues muchos tendemos a despertar ese lado cuando vaciamos suficientes jarras y botellas.
Marie auspiciaba tragos a los presentes que nos encontrábamos cerca de ella, y a los de más lejos con los que apenas cruzó palabras también. No fue nada difícil agradarnos; su carácter y apariencia inspiraban confianza y decoraban la escena con un humor despreocupado y festivo. Las horas pasaron mientras compartíamos gritos, cantadas y bromas. En el transcurso de esa fiesta improvisada en la que creábamos amistades, pues ciertos elementos personales salen de forma inevitable. Uno de esos era el hecho de que Marie tenía cáncer.
Por supuesto, los que brindaban a su salud y lucha persistían en seguir haciéndolo, y hacían escuchar sus mejores deseos, en compartir su positivismo, su afán de aferrarse a la vida. Claro, a pesar de toda la euforia, en Marie podía verse una resignación estoica, la cual me resulta plausible dada su personalidad. Pero también un aire de melancolía, porque indudablemente un humano guardaría esa tristeza y temor dada la sentencia que nuestro cuerpo eventualmente nos impone.
“Que se joda; he tenido una buena vida, y ahora voy a celebrar cuanto pueda lo que queda de ella”, dijo Marie (en inglés claro). Y es una filosofía que comparto; después de todo “el cobarde muere muchas veces antes de su muerte, pero el valiente prueba de la muerte una sola vez. Me parece la cosa más extraña que los hombres hayan de temer, viendo que la muerte, un final necesario, vendrá cuando venga”, dijo Shakespeare por medio de los labios de su personaje en la tragedia Julio Cesar. Sin embargo, la cuestión no puede ser menos que agridulce cuando hablamos de la muerte, y así resulta con algo que escuche a Marie proferir: “no sé cómo voy a decirle a mi hija”.
La realidad, sin importar el ángulo desde que uno quiera verla, siempre resulta difícil de tragar; como el nombre del bar irónicamente recuerda con esas enormes y rojas luces de neón. Pero supongo que siempre es más fácil con una voluntad y mente cultivada, fortalecidas por los errores superados y el conocimiento que usamos como armadura y arma para enfrentar o perseguir lo que disponga el camino.
En fin, esa noche le prometí a Marie escribir sobre la impresión que me causó. Admiro su actitud, y espero que esa actitud sea la que mantenga en los meses por venir. Esa es, en esquema, la actitud con la que todos deberíamos enfrentar la vida: suficiente nivel de despreocupación como para no terminar tan aferrado a las cosas que no nos vamos a llevar más allá de la tumba, valentía para aceptar lo natural e inevitable, pragmatismo para saber disfrutar el único lapso que tenemos asegurado de existencia, y así apreciar, aprovechar nuestra vida.
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