Despacho desde Chile: Solo la peste podía reunirnos
Autor:
A seis meses del estallido, el éxito del gobierno consiste en reducir el número de chilenos muertos. El país, sin embargo, sigue esperando un nuevo pacto social.
SANTIAGO — Las últimas movilizaciones sociales en Chile evidenciaron una ruptura radical entre nuestras elites y la ciudadanía. El estallido social que empezó en octubre, no tuvo coordinadora ni líderes y aconteció de espaldas a un establecimiento político que ni siquiera dialogaba entre sí. Quienes protestaban sospechaban de cualquier dirigencia.
La demanda por una nueva constitución que reemplace la de Augusto Pinochet sancionada en 1980 y que estableció los principios neoliberales, ha persistido desde la recuperación de la democracia. Esta vez, sin embargo, más que para solucionar la crisis social, lo que justificaba embarcarse en un proceso constituyente, era la búsqueda de un nuevo pacto legitimador entre los miembros de una población que ya no se reconoce en los acuerdos de la Transición —gradualidad en los cambios y subsidiaridad del Estado, entre otros—, llevados a cabo por una élite concertacionista que envejeció y no supo renovarse después del fin de la dictadura.
Cuando se confirmó el primer infectado de coronavirus en Chile, el 3 de marzo, temíamos una semana difícil. El regreso a clases de los estudiantes y la violencia callejera, que no había tomado vacaciones en febrero, amenazaban con aumentar la intensidad del estallido. Para la segunda semana de marzo avanzaba una acusación constitucional contra el exministro del Interior y algunos en el congreso proponían adelantar las elecciones para que Sebastián Piñera, el presidente con más baja popularidad desde el retorno de la democracia en Chile (6 por ciento), dejara el mando antes de tiempo. En privado, era frecuente toparse con la pregunta: “¿termina o no su período?”
El 13 de marzo, con 43 infectados, el tema del coronavirus se impuso al estallido social y, como escribió Albert Camus en su celebrada novela, hoy de moda nuevamente: “A partir de ese momento, se puede decir que la peste fue nuestro único asunto”. El 16, la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, exmilitante comunista, declaró: “Nadie le tiene mucho cariño al gobierno, pero no es momento de desfondarlo”. Y agregó: “Necesitamos que la gente no salga a protestar a las calles”. Días después, desde los comunistas hasta la extrema derecha de José Antonio Kast, acordaron postergar para octubre el plebiscito por una nueva constitución previsto para el 26 de abril. Esa semana desaparecieron los manifestantes. Acto seguido, la cuarentena terminó de vaciar las calles.
El protagonismo había pasado de los parlamentarios a los alcaldes, al ministro de Salud y al propio Sebastián Piñera. Ya a cargo de la emergencia sanitaria, al presidente se le fueron los tics, su rostro recuperó la mirada, su voz la prestancia, y dejó de ser motivo de burlas. Se trata, probablemente, del único terrícola “sanado” por el coronavirus.
La peste cambió la política en todas partes, pero en ninguna como acá. Según el escritor italiano Alessandro Baricco, el coronavirus “ha restablecido una cierta disciplina social”. En Chile fue evidentemente así. Los carabineros, despreciados durante las protestas, volvieron a ser obedecidos como garantes de la cuarentena, y nadie reclamó cuando se decretó estado de catástrofe, ni porque los militares quedaran a cargo del orden público.
Las voces y voluntades dispersas se concentraron de inmediato. Existen críticas y reclamos, pero sin salirse de madre, como era la tónica de semanas atrás. Cunde la convicción política, traicionada a ratos por la pequeñez del oficio, de que en este capítulo conviene unirse tras la autoridad. Por incómodo que resulte para algunos, ahora el éxito del gobierno, cuando hay ya más de 7.000 infectados y 73 fallecidos al 12 de abril, consiste en reducir el número de chilenos muertos. Solo la peste podía conseguirlo.
El país del estallido, sin embargo, continúa ahí. Hace apenas un mes había liceístas cortando el tránsito, patotas de lumpens marginales quemando inmuebles, buses y automóviles; esquinas convertidas en campos de batalla entre carabineros y jóvenes con cascos y escudos, saqueos a supermercados y multitiendas. Se comentó mucho sobre el papel de grupos narcotraficantes en estos desmanes. Pero pese a la violencia, las movilizaciones sociales seguían contando con un apoyo mayoritario de la población.
¿Qué sucederá cuando la emergencia viral devenga calamidad económica? ¿Cuando la urgencia de la pandemia ya no alcance para acallar los problemas sociales que dejará al desnudo? ¿Cuando grupos delincuenciales les ofrezcan soluciones rápidas a carencias impostergables?