Opinión

Desde un corazón como el de Dios.

Por: Lucy Angélica García/ Portoviejo

 

Hace 2.000 años fue enviado a la tierra como el Salvador de la humanidad, un Maestro espiritual de elevado nivel de conciencia capaz de transformar el pensamiento y el corazón del hombre más carente de sensibilidad. Su nombre era Jesús y venia de Nazaret. Su misión era traer luz a un mundo lleno de oscuridad proveniente del ego en cada ser humano, y tenía un misterio fascinante y muy tierno y enseñó desde una perspectiva profundamente humilde sintetizado en esta palabra. «Que el mayor entre ustedes sea su servidor» a mi entender hemos venido a este mundo a servir, a encontrar una forma de ser útil a la sociedad, y que nuestra ayuda sea una muestra incondicional de solidaridad.

Y esto solo es posible desde un corazón como el de Dios.

Dios el creador del universo, omnipotente, omnisciente y omnipresente, es el Dios en el que creemos, el Dios de Israel y revelado, en la plenitud de los tiempos, por Jesús.

Hay un templo en cada ser, para un Dios que esta intrínsecamente ligado a nuestra existencia de una manera innata desde el momento mismo de la creación. Unos estamos con esa sed de conocimiento y otros que solo de «oídas le conocen » en ese proceso tan necesario en la evolución espiritual del hombre donde, así como el pueblo de Israel tuvo que salir de la esclavitud de Egipto atravesando el desierto en busca de su libertad, una historia que se asemeja metafóricamente a la vida de cada ser humano en este mundo lleno de contrastes narrada en dos mil años de historia. Cuando escuchamos o hablamos de ello nuestras miradas son lúcidas y dubitativas a la vez, lúcidas de emoción al escuchar acerca de un Dios tan extraordinario.

En este tiempo cuando parece que el temor se adueña de nosotros, en este tiempo cuando vemos las estructuras de la sociedad derrumbarse, en este tiempo cuando vemos que la naturaleza pierde su equilibrio, yo creo en este Dios, no puedo creer en nada menos.

Y es que se escucha el clamor de la gente en esos instantes en el que solo sus almas son capaces de dar un grito de auxilio venciendo la soberbia.

Ahora es un tiempo en que podemos sentir fuertemente la necesidad de buscar su presencia en la oración y en el silencio, ahora es tiempo de ver más allá de nuestra mirada las huellas de su presencia en la poderosa armonía de la naturaleza, que hoy como consecuencia de nuestras equivocadas acciones contra todo lo creado, nos amenaza.

Pero sobre todo este caos amenazante cada uno de nosotros creo que estamos experimentando cuánto su amor a través del conocimiento de él puede cambiar la vida de una persona, sea quien sea.

 Cómo ser ajenos a la presencia de un Dios que con cuánta delicadeza es capaz de llevarnos a confiar en su amor y sutilmente darnos esa sanidad interior reservada celosamente para su creación que honra su nombre.

Es tiempo de dejar el orgullo, la pereza, y empezar a creer que Dios nos ama tal como somos, y que está en nosotros buscar nuestra propia transformación dejando la arrogancia, el orgullo, la soberbia y el egoísmo que es el muro que nos separa de él y de la felicidad que es «amar como se es amado.» desde un corazón como el de Dios.

 La autora es docente, poeta y columnista internacional.