Opinión

Del Non serviam al Fiat

María Verónica Vernaza G./ Guayaquil

Según el Catecismo de la Iglesia Católica en el No. 1849: “el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”. La experiencia cristiana ha distinguido 7 pecados capitales (No. 1866) siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio Magno, y son llamados capitales porque generan otros pecados. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. Muchos autores no dudan en colocar a la soberbia como la principal.

“Subiré a las alturas de las nubes, seré semejante al Altísimo”, Isaías 14, 14 nos da una pista de lo que pudo haber pasado con aquel ángel caído que decidió compararse con Dios mismo. Se cuenta que la prueba que Dios le puso a los ángeles fue la de adorar a un recién nacido, la segunda persona de la Santísima Trinidad encarnado en un ser inferior a ellos, algunos lo hicieron y otros no. Pero aquel que comenzó la rebelión fue Lucifer, Luzbel, el ángel de luz, el más bello de todos, el que dijo “Non serviam”.

La soberbia es la característica principal del pecado original. “Seréis como Dios” le dijo la serpiente a Eva. Hay un pecado de desobediencia al tomar el fruto del árbol prohibido, pero en el fondo es un pecado de soberbia al querer establecer ellos mismos lo que era bueno y lo que era malo según sus propios principios. El tentador siempre utilizará parte de una verdad o querrá falsearla para hacerla atractiva a nuestros ojos y poner a Dios como nuestro más grande enemigo.

En contraposición a ese “no serviré” tenemos las hermosas palabras de la Virgen María: “He aquí la esclava del Señor” (Lc. 1, 38), que con su Fiat nos propone el camino de la humildad y la obediencia, sin entender a plenitud las consecuencias. ¡Qué difícil es seguir esa vía! En el matrimonio los esposos están sometidos unos a otros, los hijos están sometidos a sus padres, los trabajadores están sometidos a sus empleadores y los fieles estamos sometidos al Santo Padre en funciones.

La soberbia es un sentimiento de superioridad que nos hace creer que nadie está a nuestro nivel. Podemos verla claramente en los lugares de trabajo cuando uno de los colaboradores alardea sus éxitos o progresos, pero también existe una soberbia espiritual que es mucho más peligrosa. Aquella que me hace creer erróneamente que en cuanto a culto y devoción se trata yo llevo la delantera a los otros miembros de mi comunidad religiosa.

“¡Vanidad, puras vanidades! ¡Nada más que vanidad!”, dice el libro de Eclesiastés en su primer capítulo, y en la recordada película El abogado del diablo de 1997, Al Pacino pronuncia un par de veces una de las mejores frases del cine: “Vanidad, definitivamente, mi pecado favorito”.