Cubanos, ¿qué hace falta?
¿Qué hace falta que pase en Cuba para sacudir su identidad, su amor propio y sacar sus propias fuerzas para abrirse camino hacia el futuro? ¿Qué es necesario decirse entre ellos mismos, los cubanos de a pie, de todas las edades y de todos los campos y pueblos de la isla para levantarse del largo letargo en que andan sumergidos, dormidos, hipnotizados, paralizados y poner su ingenio y su músculo a trabajar?
En cadenas, vivir es vivir en afrenta y oprobio sumidos….
Durante 90 años (de 1868 a 1958) los cubanos lucharon, pelearon por hacer de su isla una nación libre de colonizadores, depredadores, malhechores, ladrones, dictadores y tiranos. No había decenio sin lucha, sin guerra, sin batallas para derribar al enemigo. De repente llegó un nuevo enemigo que se fue enredando entre las conciencias de los habitantes, y cambiando la actitudes, los horizontes, las metas y los principios democráticos por los que combatieran los cubanos durante casi un siglo, y los cubanos se fueron aplatanando, acomodando, víctimas de la represión, la hostilidad, la castración hasta cumplir 58 años de desgracia, de desintegración del espíritu, de la idiosincrasia que los unía como pueblo. Cincuenta y ocho años cuyo resultado final es la abulia y el total desinterés por lograr una mejor vida. Un país decrépito, un pueblo descreído de sí mismo, sin aliciente, sin voluntad de lucha, sin metas, sin estímulo, sin sangre ni honor, sin dignidad ni ganas. Una desgracia de pueblo.
¿Que diría Antonio Maceo de este pueblo? Lo más probable es que sentiría una gran vergüenza.
Maceo se encontraría un cubano que padece de inercia, cuya vida transcurre en la acera. Hombres sentados en las aceras. Muertos en vida. Sin trabajo. Sin tierras que labrar. Sin siembras, sin cosechas. Sin fábricas que produzcan, sin juventud que construya. Encontraría que los cubanos no construyen puentes, ni calles ni casas. Que los acueductos no funcionan, que el agua no llega, a pesar de los ríos, la lluvia tropical, las aguas que rodean la isla. Vería que los hospitales no tienen medicinas, que los enfermos no se curan, la basura no se recoge, el trasporte no llega. Las casas se desintegran, los techos se caen, los víveres no existen o se roban, y la inmundicia apesta. ¿Qué diría Maceo de esta Cuba? ¿Qué escribiría Martí de este pueblo?
A estos mambises, padres de la patria libre de 1898, habría que explicarles que Cuba llegó a ser una nación próspera aunque con deformaciones, en progreso, en evolución constante. Ambiciosa, moderna, que corría a la par del siglo siguiente a ellos, que llegó a ocupar primeros lugares en renglones de la ciencia, el comercio, la producción, la educación, la economía, las artes. Con el esfuerzo de un pueblo sagaz y trabajador evolucionaba en vías de convertirse en una gran nación.
A Martí y a Maceo habría que contarles que al amanecer de 1959 tomaron los campos, las ciudades y los pueblos unos guerrilleros cuyo plan fue echar abajo todo lo construido, y hacer una nueva matriz de un orden centralizado, sin elecciones abiertas, ni gobierno del pueblo.
Un orden monstruoso que a la fuerza se dedicó a desarticular con aborrecible éxito lo que se fue construyendo durante 57 años de república. El trabajo y el esfuerzo de nuestros abuelos fueron desmantelados, para en su lugar construir una entelequia miserable, que en un principio prometía igualdad para todos, y terminó siendo igualdad de miseria para todos menos para los cabecillas que se apropiaron de “castillo y hacienda” y pusieron al pueblo a trabajar para ellos.
Prueba al canto. ¿Qué es Cuba hoy? Una isla que no produce, ciudadanos que no trabajan y un pueblo que no participa. Una entelequia miserable producto de una revolución abyecta que se dedicó a demoler todo lo construido durante medio siglo de república.
Habría que explicarles a los patriarcas mambises que los nuevos amos del 59 sometieron a los primeros incautos –bajo amenaza de paredón de fusilamiento– a creer en sus intenciones revolucionarias; a los segundos los engañaron con promesas y sobrevivieron creyéndose los posibles; los terceros dudaron de todo y escaparon, y los cuartos (la cuarta generación) tratan de inventarse un país donde puedan hacer su sueño realidad, aunque sea en un rincón donde no los molesten, con recursos limitados.
Los once millones de cubanos que se encontrarían Martí y Maceo en la mayor de las Antillas quieren abandonar la isla, huir hacia tierras más prometedoras donde puedan lograr una vida más humana, más laboriosa, más digna, más posible. Huir. Irse lejos de lo imposible. Triste realidad.
¿Tendrán que pasar otros 60 años para poder construir un país nuevo, con propósito de prosperidad, libre y posible?
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