Opinión

CINCO MINUTOS DE LUZ.

Por: Lucy Angélica García/ Portoviejo

 

El poder sanador del amor.

 Todos los seres humanos deberíamos estar embarcados en la misma gran barca que nos conduzca a la búsqueda y el desarrollo de la paz y la libertad espiritual; en todos nosotros hay algo divino que lucha por descubrirlo, perfeccionarlo y sacarlo adelante cada día, porque es como devolvemos al mundo lo que bondadosamente nos otorga, lo que da forma a nuestra vida y nos define como humanos en procura de la transformación individual y colectiva.

Las personas cambiamos, las personas crecemos, las personas evolucionamos. Por ello las amistades y las relaciones que permanecen, definitivamente son aquellas con quienes estamos conectados para aprender y crecer juntas.

La unidad proviene precisamente de esta comprensión, de que estamos interconectados como una sola alma, y que lo que le hacemos al otro, (bien o mal) de hecho nos lo hacemos a nosotros mismos.

Hay tanto odio en el mundo, y el amor es la única sola cosa que puede sanarlo.

Y este amor, y este poder lo llevamos en nuestro interior; es el poder que proviene de esa mente y corazón universal a quien llamamos Dios.

 Cada uno de nuestros actos, grandes o pequeños, pueden tener consecuencias que alteren el mundo, porque el mundo es como una sinfonía y todos sus habitantes son como músicos, contribuyendo con sus melodías y armonías a la obra magna de la Creación. Cada interacción está cuidadosamente orquestada por el Gran Director, cuya batuta silenciosa nos guía a cada uno por el camino, mientras que a través de nuestras propias elecciones, contribuimos a la música divina de la historia humana.

Que reconozcamos o no cómo nuestra contribución individual completa la sinfonía no tiene importancia respecto al valor de esas contribuciones.

El Director lo sabe, y la armonía perfecta de la Creación es la prueba de Su sabiduría. Como el proverbial efecto mariposa, en el cual el batir de alas de un pequeño insecto produce un huracán en el otro extremo del mundo, así también un acto pequeño, aparentemente insignificante, puede tener un resultado de importancia cósmica.

El día en que todos despertemos escuchando la sinfonía universal del amor, podremos traducir en actos de bondad y empatía ese gran amor y de seguro derribaremos los muros del ego que no nos permite vivir en unidad y amor fraternal.