El Bolívar de las Farc
Daniel Emilio Rojas Castro
Diario El Espectador de Colombia
Hay un Bolívar para todos los gustos. Uno para los conservadores, uno para los liberales, y desde luego, uno para las Farc.
Este último debe mucho al historiador soviético Iosif Grigulevich, al político dominicano Juan Bosch y al filósofo marxista venezolano José Rafael Núñez Tenorio, una figura prácticamente desconocida en los medios políticos y universitarios colombianos, pero que alcanzó notoriedad en Venezuela por ser uno de los ideólogos del chavismo en su fase inicial. Guerrillero, antimperialista, y opuesto a los elementos más reaccionarios de la sociedad, ese Bolívar declinado en clave leninista se acuñó en el clímax de la Guerra Fría y terminó convirtiéndose en uno de los pilares de la mitología política de las Farc.
Como muchos otros impresos que aparecen con cierta regularidad en los países andinos, los artículos de la revista Resistencia dedicados a Bolívar convierten la gesta heroica del Libertador en la gesta heroica del guerrillero; el decreto de guerra a muerte de 1812 se compara con la lucha revolucionaria del tercer mundo y los españoles de entonces se asimilan a las oligarquías colombianas de hoy, responsables del atraso del país y de la miseria de su población. Hay que advertir, sin embargo, que la convergencia entre el Bolívar del pasado y el Bolívar de las Farc se funda más en el culto a la personalidad que en un trabajo genuino de reinterpretación del legado bolivariano.
La vacuidad que hasta ahora reviste el Bolívar de las Farc tiene poco que envidiarle a la vacuidad de aquel Bolívar enaltecido y glorificado por el conservatismo y el liberalismo. El error no está en incluir su legado como parte de su plataforma ideológica, sino en no saber qué hacer con él cuando se traslada al debate político. Por eso en la publicidad del Movimiento Bolivariano por una Nueva Colombia, o en los videos que contienen los propósitos bolivarianos de algunos comandantes de las Farc, se va filtrando el mismo tradicionalismo decadente que ha caracterizado el bolivarismo de los partidos políticos colombianos. Mucha forma y poco contenido.
Para advertir la vigencia histórica de las ideas de Bolívar no hacen falta las diatribas ni las aclamaciones pomposas. Por eso ahora que las Farc están realizando su tránsito a la vida civil sería deseable que, sin alardear con un puñado de referencias a la unión continental o al Congreso de Panamá, se hablara de los términos en los que los comandantes esperan establecer las relaciones con los venezolanos, sin supeditarlas a las barrabasadas del presidente Maduro ni a la arrogancia de Germán Vargas Lleras. Venezuela es un pueblo hermano, pero hay hermandades que matan.
Las circunstancias forzarán a las Farc a dejar de tratar al estamento militar como la columna vertebral de un régimen oligárquico, en parte porque entrar a la política parlamentaria los obliga a moderar sus críticas a la institucionalidad del Estado —y por ende, al rol de las FF. AA.—, y en parte porque en el mediano plazo, la legitimidad de los políticos civiles que surjan de las Farc dependerá de su pasado guerrillero. Esto nos lleva a otro tema eminentemente bolivariano sobre el que las Farc también deberán tomar una posición: ¿qué grado de participación deben tener las FF. AA. en la política?
Se me dirá que semejante interrogante resulta secundario frente a temas más urgentes de la agenda de implementación de los acuerdos y quizá sea cierto. Pero el uso y el abuso de Bolívar como estandarte de todas las causas es una larga cadena de oportunismos que crean más confusión que claridad sobre el personaje. Lo que está por verse es si las Farc se tomarán en serio la reinterpretación del legado bolivariano, o si por el contrario, lo relegarán a la posición de un simple adoquín veintejuliero.
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