Opinión

A veces…

Dr. Miguel Palacios Frugone/Guayaquil

En días como hoy, el sentarme frente a una computadora para aprovechar un momento de tranquilidad, en realidad me intranquiliza más. Mi cerebro funciona diferente al de las demás personas.

Se me presentan distintos tipos de pensamientos.

Unos factibles, razonables y hasta lógicos y por el contrario, otros que se muestran como una especie de sueños imposibles que se adueñan de la conciencia de mi percibir.

Me pongo a pensar en el futuro no muy lejano de nuestro planeta y me atemoriza la nefasta realidad que vivirán los hijos de nuestros hijos y sus hijos.

El hallazgo de la partícula de Dios, que no es nada más que el bombardeo del núcleo de una célula hecha con protones para crear materia de la antimateria o más explícito crear el todo de la nada, es un hecho aterrador y muy inquietante, por la diversidad de situaciones inverosímiles que se pueden derivar de este trascendental descubrimiento.

¿Existe Dios? ¿Es el creador de todo?

Toda una serie de creencias que nos han sido transmitidas a través de generaciones, con el actual conocimiento solo se convertirían en posturas filosóficas que distinto tipo de razas utilizó para explicar por medio de la fe, lo que no pudieron hacerlo con el razonamiento.

Antes los Mayas adoraban al sol y creían que todo devenía de su poder.

Hacían sacrificios humanos para tener contento a un supuesto ser omnipotente que solo hablaba a través de los sacerdotes. Lo que realmente sucedía es que los sacerdotes eran los que tenían el poder y lo utilizaban para doblegar la voluntad de los demás.

Ahora la inteligencia artificial en la actualidad ya existe y no solo que es más perfecta y tiene más capacidad deductiva y de almacenamiento que la natural, sino que sus alcances mal usados, pueden derivar en algo peor que cualquier cosa imaginable, porque el cerebro artificial será un artefacto cerebral más tecnológico y con mayor capacidad de almacenamiento de conocimientos, pero carente de sentimientos y por ello totalmente deshumanizado.

Para la inteligencia artificial no existen las sensaciones o las situaciones agradables o desagradables.

Solo existe lo lógico y lo ilógico, como resultado de la cantidad de datos con los que alimentemos su memoria. La respuesta que nos dé será la consecuencia de cualquier programa que se use para darnos el tipo de respuesta que se requiera.

Lo ilógico de los resultados prodigiosos de esta ilimitada capacidad tecnológica de almacenamiento del conocimiento, es que los resultados pueden incluso atentar contra la misma esencia de la raza humana.

Así, por ejemplo, si una zona de nuestro planeta estuviera sobrepoblada y carente de medios nutricionales para subsistir, la eliminación de ese conglomerado de gentes sería la solución práctica, pero criminal proveniente de una inteligencia que solo vería una solución numérica, pero no a la parte afectiva, sentimental o humana del problema.

Otra cosa que habría que preguntarse es ¿Que pasará el día que la inteligencia artificial tenga más conocimientos que la natural?

¿Quién dominará a quién?

¿Será un mundo regentado por las máquinas o seguirá vigente la moral, los principios, los sentimientos y el amor?

De que servirá ser católico, evangelista, budista o lo que sea, si la única creencia que tendrá valor será la derivada del cruce tecnológico entre las suposiciones, las probabilidades y los resultados.

Que importancia tendrá la familia para un grupo de robots o de que sirven tener los sentimientos, si esos son solo sensaciones que impiden la supremacía de la tecnología y el razonamiento puro.

¿Cómo se les enseñará a los jóvenes inteligentes que tengan estos programas en su encéfalo, a valorar los sentimientos, tener remordimientos, sentir miedos o ser solidarios?

En la actualidad para la sociedad de los humanos el núcleo central de los valores intrínsecos que gobierna al mundo es la familia.

En todas las razas de nuestro planeta la razón de los valores por los que se rige la sociedad, son normas de conducta de un núcleo central que es la familia.

Amar, querer, sentirse orgulloso, estar felices o tristes, alegrarnos o entristecernos, son valores intrínsecos que no son ni podrán ser jamás producidos por la tecnología.

El destino de la raza humana es terrible.

Cada día sabremos más, pero sintiendo menos.

Incluso en el futuro se podrá pasar la información acumulada de toda una vida a un cerebro artificial y de esa manera el hombre podría llegar hacia la inmortalidad, puesto que los órganos del cuerpo serían remplazables a medida del paso de los años, mientras que la información acumulada se la pasaría a la inteligencia artificial y como resultado de esto tendríamos un ser sumamente pensante, con información incalculable, pero sin sentimientos y carente de emociones.

Los órganos se venderían como hoy se lo hace con los repuestos de carros y la información se la trasmitiría al nuevo cerebro que estará compuesto de recuerdos, conocimientos e información ilimitada.

El alcance de esta futura realidad es inimaginable puesto que la misma inteligencia artificial, estaría constantemente descubriendo nuevas formas de inteligencia, aunque los objetivos del cómo hacerlo sean muy diferentes a los que tenemos en la actualidad.