Opinión

A propósito de la Fiesta de la Divina Misericordia

María Verónica Vernaza G./ Guayaquil.

Este 11 de abril festejamos la Fiesta de la Divina Misericordia, fiesta instaurada por san Juan Pablo II y solicitada expresamente por Jesús a través del apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska. Según las revelaciones de la santa, el pedido fue celebrar la fiesta el primer domingo después de la Pascua de Resurrección, cosa a lo que accedió el Santo Padre al instituirla durante su canonización el 30 de abril del 2000.

Santa Faustina, así como san Juan Pablo II, era polaca. Sin duda alguna él conocía sobre los escritos de la santa, que el Papa Pio XII había colocado en el Índice de los Libros Prohibidos, dándole un nuevo impulso al diario de Sor Faustina.

Puede que me equivoque, pero creo que san Juan Pablo II había estudiado e interiorizado las enseñanzas del diario de sor Faustina mucho antes de convertirse en Papa. El tema de la misericordia era algo que en los primero años de su pontificado ya estaba latente. Tanto es así que su segunda carta encíclica publicada el 30 de noviembre de 1980, se llama Dives In Misericordia. El título hace referencia a unas palabras de Efesios 2, 4 que dicen: “Pero Dios, rico en misericordia…”

Hay que tener claro que recibir la misericordia de Dios no es pensar que podemos pecar y alejarnos de él sin ninguna consecuencia. Así lo advierte san Juan Pablo II en la encíclica: “Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón. En ningún paso del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia para con el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido”. Por eso, Jesús le advierte a sor Faustina: “Cuando te acerques a confesar, sabe que yo mismo te espero en el confesionario, oculto en el sacerdote, pero soy Yo el que opera en tu alma”.

Algunos piensan que Dios nos ama porque somos buenos y nosotros lo merecemos, la verdad es que Dios nos ama porque Él es bueno y nosotros lo necesitamos. “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón”, nos recuerda el Papa Francisco. La misericordia de Dios -que tiene su rostro en su Hijo Jesucristo- se hace carne para enseñarnos a ser misericordiosos con nuestros semejantes.

Estamos todos a tiempo de ejercitarnos en la misericordia. Que este día de fiesta no se nos pase de largo y tratemos de descubrir en nuestro hermano más próximo el rostro de Cristo.