Venezuela: Cold head
Américo Martín
@AmericoMartin
Diario El Nuevo Herald de Miami
Los hechos, el lenguaje de los hechos, es el arma más convincente de la ciencia política, no por casualidad considerada también un arte. Esa doble condición, ciencia y arte, se ha sostenido sin réplica desde Platón hasta hoy. Oficiantes de la política, como Maquiavelo, codificaron esa doble naturaleza y Maurice Duverger, invocando las dos caras de Jano, cita a Emile Littré (1870) para resaltar el rostro científico, y a Paul Robert (1962) el artístico.
La búsqueda y preservación del poder suscita pasiones violentas, y es la nuez de la política. Es lo que explica que siendo la actividad humana más importante, sea también la más calumniada. En 1922 se preguntaba Ortega y Gasset por qué los políticos tienen tan mala prensa. La razón –concluía– es que por exigencias de su oficio algunas veces negocian acuerdos estando frescos los duros epítetos que hayan intercambiado. Parlamentar hoy con el odiado enemigo de ayer puede no se fácil de entender, con todo lo justo que pueda ser.
No se debe hablar con dictadores ni con quien encierra en la cárcel a los disidentes, se oye decir
En Colombia se ha negociado el fin de una guerra sangrienta que tomó cuerpo en 1964 con la fundación de las FARC. Santos y Timochenko dejaron finalmente a la política lo que no pudo rematar la guerra. Se odiaban a muerte pero los colombianos les habrían hecho pagar muy alto si no paraban el chorro imparable de sangre y he ahí el buen resultado. ¿Pudo haber un mejor acuerdo? Por supuesto, pero nada peor que continuar aquella guerra alegando que entre enemigos tan tenaces no es moralmente indicado negociar. Si es por pasar un rato agradable lo mejor es dialogar con amigos, pero renunciemos entonces a regularizar la guerra a muerte, como lo hicieron Bolívar y Morillo en la célebre reunión de Trujillo.
Como hay tantas pasiones envueltas en la tragedia que vive Venezuela, es inevitable que a las más que justificadas flexibilidades políticas se opongan sospechas de todo calibre, pero una cabeza bien fría que sepa contrastar la popularidad sin armas de la disidencia con la impopularidad armada del gobierno, sabrá encontrar sesgos que, sin dejar de confrontar en todos los campos, sumen el gran potencial democrático, nacional e internacional, para forzar al otro a realizar las elecciones que manda la Constitución.
Pongamos ahora “los hechos” por delante: confiado en un rechazo puramente emocional de la disidencia democrática, el gobierno dio un primer paso hacia las elecciones, a las que teme como al fuego. Como se le agotaron los pretextos para seguir aplazando la consulta de las regionales, que estaba pautada para diciembre del año pasado, decidió obligar a los partidos a revalidarse como condición para postular candidatos. Los obstáculos que interpuso son tan aviesos que mucha gente honesta se inclinó a las primeras a no participar. No puede negarse que bastantes razones había para el rechazo porque el abuso era manifiesto. Pues bien, dando por segura la bendita abstención, el gobierno acarició la idea de aplicar la “salvadora” fórmula nicaragüense de elecciones sin oposición. Por cierto, Ortega quizá hubiera ganado sin necesidad de hacer trampa, pero fiel a la fábula del alacrán y la tortuga escogió el camino torcido “porque esa es su condición”.
Con sorprendente juego de manos, la mayoría del liderazgo democrático dio un paso al frente y aceptó corajudamente el reto. Con cabeza muy fría y corazón muy caliente aprovechó la debilidad implícita en la trampa para hacer valer el gran potencial de cambio que hierve en Venezuela, sacando de paso la gente a la calle con el propósito de fortalecer la unidad en la acción y asomar su mayoría. Al desarticular el ardid y fortalecerse con la pacífica movilización, ha obtenido una parcial pero importante victoria que anudará su relación con vastos sectores del pueblo.
Adicionalmente, ha dado señales de inagotable capacidad para enfrentar dificultades, responder con imaginación a la agresión oficialista y decirle al mundo que nos mira, dónde está la fuerza popular, dónde la libertad y quiénes la amenazan. Fue una oportuna evidencia de que la política es, efectivamente, un arte.
No era imposible que saliera mal, pero hasta ahora ese no es el caso. Tampoco pueden descartarse reacciones violentas y desconocimientos de la expresión soberana, pero cada una de estas confrontaciones, asumida con cabeza fría, incidirá favorablemente en la correlación de fuerzas y hará más atractiva la causa disidente incluso en sectores de la órbita gubernamental que manifiestan un creciente malestar.
Voluntad Popular (Leopoldo López) y Avanzada Progresista (Henri Falcón) picaron adelante y salieron bien librados. Y aunque contra Voluntad Popular se descargó la agresión carnicera de los “colectivos” oficialistas, se nota un entusiasmo creciente por seguir eslabonando victorias parciales enrumbadas hacia el cambio anhelado por el país y el mundo. AD, Primero Justicia y UNT validarán esta semana y suma y sigue. Quienes honestamente opusieron “calle” a validación pudieron apreciar en este caso concreto que la mejor calle resultó ser la validación. ¿Homenaje a la política? Muy merecido, sin duda. Pero además la política se las ingenió para ubicar las pasiones en el corazón, su lugar natural, y la razón en el suyo, la cabeza. La razón apoyándose en las emociones pero gobernándolas, desarmando trampas e imaginando caminos.
“Cabeza-caliente” (Hot head) Cabeza-fría (Cold head) son expresiones estadounidenses para medir desmesuras o conjurar exaltaciones. Muy malo, muy peligroso es ponerse a pensar con el corazón o darse a sentir con la cabeza, no sea que se congelen las palpitaciones y se quemen las reflexiones.
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